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Tres días en Bernardos
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Fuimos a pasar el sábado y nos dio el lunes allí. Por puro gusto, más que nada. Porque el aire allí es distinto; porque Diego y Pilar te abren las puertas sin que se note, y cuando te quieres dar cuenta parece que estás en casa; porque Bea y Javi nos meten las ganas de quedarnos dentro y no salir y pasar el tiempo con ellos y más; porque encima se trajeron de Galicia el Atlántico a la mesa, y nos dimos una mariscada y una besugada y una de rape que se nos han grabado en el libro gourmental; porque a Mateo le explotaban los mofletes de rojo campo y las manos se le ensuciaban que daba gusto verle y las piernas se le llenaban de niñez y cardenales; porque a mí se me pone la piel en modo adolescencia con mi amigarmana; porque me gusta que a Jiko le guste aquello; porque Bernardos es siempre un paréntesis en la realidad.
Los desayunos, cada uno a la hora que le marcaba la sábana y el hambre. Rodrigo, zampándose una Chiquilín, o dos.
Pilar y Ana, madrugadora de pro, en pleno duelo.
Desayuno o corral. Corral, siempre.
Mateo pisando blando. Todo era explorable: los camiones usados, los hierbajos, las piedritas (que tiramos a la laguna de las ranas el último día), el agua sucia, la nevera...
Mateo siguiendo a Rodrigo. Ana siguiendo a Mateo.
Y ésta es la historia de amor del fin de semana. Amor de hermano mayor o menor, según se mire, con demostraciones apretadas, eufóricas y llanas de Mateo, que llenaba de brazos, mañana, tarde y noche, el cuello de Rodrigo.
Otra historia, otro duelo: la Nintendo y dos pares de manos a ver cuál lo hacía más rápido, mejor. Fue un poco como el chiste de Manolito, el de Mafalda, que, frente a un tablero y
Guille de contrincante, exclamaba: "Ja!, Gané al ta-te-tí".
Ana. Guapa. Esa mano, larga-larga, rellena y calentita. Cómo se ríe.
Aquí el motivo de discusión, sin palabras, con gruñidos, fue una ramita pendiente de ser introducida en el maletero del 4x4 a escala. Menos mal que había ramas de sobra.
Qué vicio, los golfistas. En un metro de campo, en un metro de hierba, en un metro a secas, ellos sacan los palos y se pueden pasar horas putteando, swingueando y mirando al horizonte siguiendo la trayectoria de la mejor bola. Luego se muerden la oreja, claro. Y hablan de pan.
Papá, campo abierto y un camión. El paraíso de Mateo.
Luc, mientras, a lo suyo: soñar con litros de leche corren por sus venas bebé.
Fue el modo de transporte del fin de semana. La carretilla y el conductor: a-blu-e-looooo...
Casi a tamaño real, el camión dio curro a Mateo, empeñado en hacerlo rodar y ponérselo bajo el trasero, con la ilusión de la quinta marcha.
Bailar pegados no es bailar: es correr y cazar ranas y buscar pizarras y juntar juguetes y andar de la mano camino de la merienda.
Y éste, claro, puede ser el inicio de una bonita amistad.
Con permiso de Humphrey.
*Amiga, para variar, ni una foto juntas. Ya nos valeee...
3 comentarios:
Qué bien, qué rico todo y qué gusto, ¿verdad? Pues sí, pues sí.
Besos
Javier
¿No tienes fotos del engullimiento de huevas de centolla?
Si las tuviera, o hubiera tenido, habrían ardido en las llamas purificadoras. Madresanta, queasquito.
Jajajaja! Cagondiez, yo lo tengo grabado a fuegolento en el cebollino. O cerebelo. Me va a costar comer marisco o mirarme los huevos (ya me cuesta hacerlo a la vez).
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