miércoles, 22 de abril de 2009

Ríete tú del bicarbonato de sodio

Jiko quería ir a la tienda rusa desde el día anterior. Lo avisó: "Mañana por la mañana vamos a la tienda rusa, ¿vale?". Vale. La tienda rusa está en Villaverde. La mañana se nos complicó, vino el del gas a revisar, Mateo tuvo uno de esos días, el pijama se nos pegó al cuerpo hasta casi el mediodía y para cuando nos duchamos ya era la hora de comer, película de por medio porque hay que aprovechar cuando Mateo y Luc duermen para hacer algo que no sea ser padres o señoras de la limpieza. "Vamos por la tarde, pues". Vale. Y fue por la tarde, pero... muy por la tarde. Salimos exactamente a la hora en la que todos los trabajadores de Madrid volvían a su casa... en Villaverde. Así que atasco, obras, GPS desorientado (que manda huevos), Mateo berreando en el coche, El Mago de Oz a toda pastilla, Luc a punto de romper a hablar y... un agobio del quince.

Llegamos a la tienda rusa y cinco segundos después (el estrés, claro: se nos echaba encima la hora del baño bla bla bla), salimos de allí con algunos productos curiosos. Lo mejor, un tarro de Borsch, una sopa de remolacha que nos hemos comido hoy mismo con sobredosis de smetana (la próxima vez me acordaré de hacer la foto antes de abalanzarme a esa piscina rosa fuerte y blanco nata). Qué rica, qué rica. Y también estas galletas de cacao sin cacao con el ingrediente ruso del segundo renglón:



"Cilindros rompederos". Cuando lo leímos ya nos habíamos comido unas cuantas, así que a saber cómo se nos las está apañando el hígado para asimilar los cilindros rompederos, porque, qué demonios, con el "concentrado" (no sabemos de qué) y con el "aromatizante idénticos al natural" ya viene estando acostumbradísimo.

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