viernes, 31 de agosto de 2007

Una tarde en Escamilla (y Pareja)



Tiene 146 habitantes, una muralla derruida y una torre (del homenaje) a puntito de estrellarse contra el suelo. Y sí, se llama Escamilla (Guadalajara) y ésta es la prueba de que hemos estado. Y como la vida es asín, pa no dejarme sola en el destino de este viajecito improvisado, junto a mi pueblo-apellido figura (mi) Pareja. Resultado: los del pueblo Pareja son Marca (?). Aún así, iremos a Zamora (todo tiene sentido, aunque no lo parezca).


Jikito ha disfrutado taaaanto que, después de este bibe de arriba, ha decidido cagarse en plena plaza del pueblo.
Yo: "Qué a gusto se ha quedado".
Jiko: "No. Se ha quedado vacío".
Nota: así apoyaba el piececico mientras merendaba...


Hemos visto muchas bicicletas y hablado con lugareños: señora parlanchina en el bar, señores majetes en el bar, niñacos insolentes en el bar. Jiko a Jikito: "Nunca seas como estos niños..."...


...Hemos visto una casa enoooorme que compraríamos y reformaríamos (Jiko: "Este jardín me lo limpio yo... en un año)...


...Hemos intentado calcular la talla de los calzoncillos y sujetadores de los habitantes del lugar...

...Hemos descubierto que hay fantasmas muuuuuy altos...

...Y todo desde los ojos (cerrados, azules, grises, profundos) de Mateo...

...Nos hemos comido un bocata triple en un prado (yo casi me como a Mateo)...


... Y hemos encontrado en plena naturaleza los pendientes perfectos para un día perfecto...


...en color...


...y en blanco y negro alborotado...


lunes, 27 de agosto de 2007

La parte de atrás del yate


Llevo unos días con la chola repletita de frivolidades: sólo pienso en la parte de atrás de un yate.

Me explico. Desde que volvimos de dar a luz hace un mes hemos estado como en una burbuja, ajenos a la vida más allá de la cuna de Mateo. Hubo un día, sin embargo, y no hace mucho, que encendimos la tele. Sin rumbo, sin zapping, sólo una especie de ventana al mundo, imágenes de fondo, ruido ambiente, nuestra concentración no daba pa'más. El caso es que daba igual el canal: siempre terminaba viendo al famos@ de turno lanzándose al mar azul bajo un sol amarillo y un cielo más azul aún desde la parte de atrás de un yate. Zas. Zambullida fresquita. Zas. Espuma de mar. Zas. Bucear con los ojos cerrados. Zas. Un martini (he dicho que andaba frívola...) a la vuelta al yate. Zas. Por esas escalerillas blanquísimas. Zas. A secarse al solete. Zas. Piel salada. Zas. Y un cigarro, justo antes de terminar de secarte. Zas. Zas. Zas.

Y así anda mi chola, en la parte de atrás del yate. Toda frívola.

PD1: Se que se dice popa (me lo han soplao), pero me gusta así 'la parte de atrás del yate'.
PD2: Que nadie se equivoque: no cambiaría esta burbuja con Jiko y Jikito ni por todas las popas del mundo. ¿Lo ideal? Los tres. En la parte de atrás del yate.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Mi Mundo


El diámetro medio del planeta Tierra es de 12.742 kilómetros.

El diámetro medio de mi Mundo va desde la mirada de Jiko hasta la boca abierta de Jikito.


I am Jiko


Esta escena la filmamos (es un decir) el pasado 13 de abril, día de nuestra boda oficial en el ayuntamiento de Colunga y la noche anterior a nuestra boda bonita en el Palacio de Libardón, con todos vosotros. Nos regalasteis las camisetas de Jiko's Mother y Jiko's Father, pero nos hizo casi más ilusión el pequeño body para Mateo, con la leyenda: "I am Jiko". Lo puse, como aparece en la foto, sobre mi tripa de seis meses, es decir, sobre un Mateo muy chiquito aún.

Hoy, por fin, ese body está llenito de niño. Gracias a todos... ¿A que le queda de coña?

martes, 21 de agosto de 2007

Mateo en boxes


Todo a punto para el circuito de Turquía.
Que tiemblen Alonso, Hamilton y... Lobato (como selocurra llamarle MagicJiko le crujimos).


Nota: el abuelo paparazzi Miguel, que pilló a Jikito en boxes.

El tío Omar

Omar y yo nos descubrimos sentados a menos de un metro en la redacción de Cinemanía. Hace algo más de 7 años. De compartir reportajes, encargos y marrones anguleños pasamos a contárnoslo todo. Fueron años estupendos de rutina y trabajo, de carcajadas y cigarros, de confidencias y cierres, de complicidad y llantos, de bajones y parques acuáticos, de musicales y mails descacharrantes. Ahora, desde los cambios en ese rutina, nos separan cuatro calles y una plaza, y nos junta todo lo demás. Así que, antes de nacer Mateo, Omar ya era su tío. Esto es lo que le escribió nada más nacer:

"Hola Mateo!!!!!!!

Bienvenido al planeta tierra. Tendría que empezar por presentarme. Aún no me has visto y no me podrás ver hasta mañana, ya te explicaré por qué. Soy el tío Omar. Alto, panzón, cuarentón, con gafas y quiero muchísimo a mamá Escami (así le digo, eso ya lo constatarás). Yo, como mamá Escami y papá Javier, trabajo en esta cosa rara de hacer revistas. Porque tu ves a mamá Escami allí alimentándote cada vez que tienes hambre pero ella no ha hecho siempre eso, en buena medida, porque tu no estabas por aquí con nosotros. Pues yo hacía una revista de cine trabajando al ladito de mamá Escami, y siempre me pareció una profesional a prueba de balas y una amiga entrañable. Tan entrañable y cercana que me ha contado ya muchas cosas de ti, desde que eras más enano que un carácter de este mail, después de las pataditas que le metías y alguna vez habrás escuchado mi voz chillando por ahí. Hay una cosa maravillosa, y relativamente nueva, que se llama teléfono móvil, con el que yo soy un desastre, y sirve para hablar, mandar sms y para recibir fotos, así que ya he visto tu cara, y de entrada, déjame decirte, que me pareces un encanto. Ahora te voy a explicar por qué no me conoces todavía. Este mundo es grande, Mateo. Ya verás. Y a mi me gusta viajarlo y ahora mismo estoy en Burgos, una ciudad lejana de Castilla y León, a la que no deberías venir nunca porque es un coñazo. Eso sí, pásate un día a visitar la Catedral, que está bonita y sal pitando. Y por esa razón no me has conocido pero te amenazo con que me conozcas mañana. Esa es la misma razón por la que no estuve en la boda de tus padres y probablemente la misma por la que no estaré algún día cuando cumplas años pero eso no tiene nada que ver con el afecto, y se va a solucionar cuando seas más grande y entonces te lleve conmigo a los viajes. A mi me gustaría que fuéramos amigos y espero caerte bien. Hay un montón de cosas de este planeta que no sabes, y algunas va ser que son horribles, pero si puedo ayudarte en tu descubrimiento, estaré encantado de enseñártelas. Abajo tienes mi mail y teléfono, que está activo las 24 horas para lo que se te ofrezca sea lo que sea. Hay algo importante que no debes olvidar: tus padres son maravillosos y van a hacer de ti una persona cabal y fantástica, y yo siempre estaré por ahí pululando para poder verlo y echar una mano en lo que pueda. Conmigo puedes contar...

Te mando el primero de los muchos abrazos que espero darte durante el resto de tu vida.

Acabas de asomar tu cara al mundo y ya te quiero un montón,


el tío Omar".


PD: Y yo te quiero a tí, pajarito.

Heroína Beni


Hace unos días se fue Beni sin ganas. Volvió a Gijón, después de pasarse un mes y medio en Madrid, los últimos días agarrándose a las formas cambiantes de Mateo. Beni, mi suegra, es dura, dura como una piedra, y está entregada a la supervivencia ajena, aunque delata, en la forma de mirar hacia afuera, una conciencia nítida de estar dejando la suya aparcada en doble fila. Es dura y es dulce al tiempo, cálida en cada burrada que suelta cuando quiere (esas partidas de cartas...), en cada vez que cocina para traernos, en cada palabra que busca para cuajar las exigencias de los demás y en cada sonrisa cómplice. Cuando se fue lloró como una niña, asomada a la cuna de su nieto. Lloró con todo el silencio del mundo.

Ahora, cuando hablamos por teléfono cada día, vuelve a tener el tono de voz valiente, pero se que mataría por no perderse un segundo en la vida de Mateo. Y le cuento cosas.

Así que te lo prometo, Beni: iremos a Gijón tanto como podamos, para que tu guaje tenga una cara nítida asociada a tu nombre. Y para que en los viajes de vuelta a Madrid ya te eche de menos.

PD: Hoy, tras varias noches durmiendo nada o casi nada cuidando de Mateo, y arrastrando ese cansancio durante todo el día, le confesaba que desde ya, habiendo criado a Jiko y a Luis ella sola en casa, con todas las horas del día, era mi heroína oficial.


JikaVicio


Ya lo avisé. Que cuando pariera me iba a resarcir.
Primero fue el jamón (no se si soy la primera parturienta a la que además de flores, llevan jamón ibérico al hospital...).
Hace unos días, fue una caña (dejo arriba testimonio de la acción -yo bebiendo ante la mirada, digamos, preocupada, de mi Jiko- y aquí abajo del resultado -la espumilla, que no chupé por vergüenza-).


Y ayer fue... ¡el sushi!!!!!!!!!!! Gran atracón cortesía (previo pago de mil millones de euros) de Nagoya y gentileza de MiJiko, que se fue a buscar cuatro bandejazas de cosas ricas ricas. Me muero por los California Rolls y su envoltorio de alga y telilla.


Satisfecha vengo estando, pues.


Sólo me falta la parte alcohólica (la caña no cuenta ¿no?); botella de Protos y vodka con limón (valdría un gin tonic, ¿eh, Pepa?)... Que, la verdad, tengo que estar en situación y...


...un Marlboro (ya, ya, que no fume, que no vuelva, que aproveche... Gensanta, ya lo se. Pero me apetece un cigarro).

Mira, yayo


Éste que está con tu Teruca es tu bisnieto Mateo.
A él ya le he hablado de tí, y lo seguiré haciendo: de la lechería, de tu delantal de rayitas negras y verdes, de tus cuentos y tu flamenco, de cómo íbamos juntos al reparto y volvíamos con buñuelos a casa, de tus manos.

Te pienso cada día, yayo.

Y te quiero cada vez que cojo a mi niño en brazos como tú me cogiste a mi desde antes de abrir los ojos.

PD: Yayita mía, un día le leeremos a Mateo todos esos cuadernos, ¿eh?

miércoles, 15 de agosto de 2007

Mateus Aburridus


¿Qué es lo que convierte algo desagradable en algo... aburrido? ¿Qué se necesita para cambiar un berrinche por un... bostezo? Pues, por lo visto, un simple cambio de hora y ubicación. Así, el baño de Mateo pasó de ser para él una experiencia terrorífica (en la bañera, a las ocho de la tarde. Ver entrada del 6 de agosto) a, por lo visto, un coñazo en toda regla con nuevo horario de mediodía y cómodo lavabo: mirad, si no, esta pose pichi cual romano en la terma hastiado de tanto placer templadito...

En fin, seguiremos luchando para que su relación con el agua sea, algún día, algo DIVERTIDO.

domingo, 12 de agosto de 2007

Tal vez dormir


Desde que nació Mateo no tengo conciencia de haber dormido profundamente. Al principio me preocupaba no despertarme si él lloraba. Ilusa. Resulta que en el parto, justo cuando sale el niño, te nace también un dispositivo en el oído y creo que en la piel misma capaz de detectar cualquier gemidico, por pequeño que sea, emitido por tu hijo. Así que siento tanto la respiración de Mateo, dormido o despierto, que dejo los sueños prendidos con pinzas para soltarlos en cualquier momento si oigo un sonido emitido por su cuerpecito. Y así ando. Buscando donde aparcar las ganas de dormir y todas las plazas andan ocupadas.

Jiko está igual que yo y encima él saca fuerza y enfoque para hacernos esta foto en el momento que más profundamente he dormido desde que nació Mateo. Creo que fue porque su respiración y la mía sonaban al tiempo. Y porque Jiko velaba nuestros sueños...

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz..............................

Claro que se lo leeré


El día que nació Mateo mi padre se sentó en segunda fila. Me refiero a que todos se acercaban mucho al niño, comentaban, reían, lloraban, tocaban y y fiesteaban, pero él se apoyó en la pared, detrás de todos, sin dejar de mirar a Mateo, con una expresión en su cara y en sus manos ocultas tras la espalda que nunca había visto. Podía parecer desconcierto, desubicación, y seguramente era un poco de todo, pero yo creo que era emoción, pura e inesperada. Ahora, recordando esos momentos, su emoción me emociona a mí.

Tardó casi 48 horas en acercarse al niño y pedirnos si lo podía coger en brazos. Lo dijo bajito. Y bajito y suave lo tomó en brazos, él pensó que torpemente, pero es imposible ser torpe cuando la ternura va de fondo. El niño, encima, le dedicó su primera sonrisa. Desde ese momento mi padre es otro, y al tiempo, el mismo de siempre. Está, cómo decirlo, desarmado y entregado, está descubierto y frágil, da gusto ver entrar la emoción por sus ojos cada vez que se asoma al niño y ver cómo sus manos se agarran con reserva a los barrotes blancos, para no despertarle, para verle dormir. Dice que es lo que más le gusta. Verle dormir y cruzar las piernas. Todo pichi.


El día que nació comenzó a escribirle un diario. Cada madrugada. En la soledad de su despacho y en el tumulto de esta nueva rutina que le tiene sorbido el seso y el alma y las ganas y la forma de mirar a mañana. Son como pequeños cuentos, en los que le habla del sol, de los animales, de las nubes, del agua, de la familia... Son muy bonitos y aunque él duda de que algún día yo se los lea, no sabe cuánto deseo que llegue el momento de llevarle a la cama a Mateo los relatos de su abuelo con mi voz. Todos son bonitos, decía, pero el que he recibido hoy (cada día me los envía por mail) me ha hecho llorar. Creo que por su sencillez y por su hondura. En realidad, no ha hecho más que vomitar con palabras esa emoción que le noqueó los dos primeros días.


No me resisto a copiar aquí una parte del texto. Espero que no te moleste, papi.


" Podríamos estar hablando del concepto tiempo infinitamente. A veces un segundo es eterno y a veces mil años pasan en nada; pero el tiempo es el recuerdo y el recuerdo encierra múltiples capítulos de la vida; y esa vida se va haciendo de retazos, de momentos, de minutos inimaginables e imborrables. Por eso, Mateo, tú perteneces ya al mundo de nuestros sueños aunque seas un presente poderoso y latente. Si sigo mis sueños y no me ahogo en ellos pensando en ti te veo crecer, te veo madurar, te veo en la vida con un protagonismo propio y mis sueños se quedan ahí... esperando, porque representas tantas y tantas cosas difíciles de expresar, que tu presencia y tu ausencia se hacen notar. Si no te veo, me aguanto... si te veo, me derrito; probablemente los demás no lo aprecien (o sí, vete tú a saber), pero el caso es que mis dos vías de la vida marchan ahora en una misma dirección contigo, y las dos van juntas, no se separarán ya en ningún cruce de caminos.


Hoy me ha dado por ahí, por contarte como casi todos los días mis sensaciones, querido Mateo, y así voy a seguir, porque me aferro a este amor tan limpio como el agua, desconocido y sediento, multiplicado por mil contigo cerca. Créeme que no sabría explicarlo (a lo mejor mamá o papá son capaces de hacerlo cuando seas mayor y te lean esto, si te lo leen), pero así son las cosas contigo desde el pasado 24 de julio en que naciste; se ha abierto el cielo con tu presencia y el infinito lo es mas a tu lado".


PD. Ya verás cuando un día Mateo te cante un día, yendo de tu mano, 'For Baby (For Bobbie)'.


sábado, 11 de agosto de 2007

Bourguignon postparto


Lo que más me gusta de ella en la cocina es que las recetas se las pasa por debajo de la olla. Siempre lo hizo. Es cierto que, cuando algo de lo que ve le gusta y lo quiere hacer, sigue un par de parámetros, pero desde que mi madre saca la tabla y enciende la lumbre (es un decir, ahora sólo se pulsa un botón invisible con el dedo corazón y una luz dice que hay fuego en el hogar) deja que su instinto y su noción del equilibrio y la balanza sean los que creen el plato en cuestión, y no unas medidas de manual en lista. Sus especialidades son muchas: el osobuco con arroz blanco, el guiso de carne, los canelones, la tortilla de patata (esa tortillaaaaaaa)... y ahora, en este maravilloso periodo postparto en el que ella, y también mi padre y mi suegra (él, con un salmorejo de escándalo; Beni, con croquetinas, lentejas... y una crema de zanahoria y unos fréjoles de concurso), nos han llenado la nevera de guisos y delicatessen varias, ella se nos ha lanzado con el Estofado Bourguignon. Lo vio un día en tal programa y se dijo ahí que voy... Y vaya si fue. Para empezar cambió la carne de buey de la receta original por carne de babilla, tan tierna que el cuchillo era una mera excusa para tener la derecha ocupada. Se marcó, además, una salsa espesa como una siesta a deshora y sabrosa como un beso de repente. Y rodeó todo con unas chalotas caramelizadas y unas patatas nuevas hervidas con sal gorda y mantequilla que nos dejó sin una gota de rencor.

Madrecita-madrecita (ahora sí, literal).


PD: Como sus padres, creemos que Jikito comienza a valorar el arte culinario. Si no en calidad, sí en cantidad. Mientras escribo esto, justo después de darle el pecho, oigo decir a JikoPapá, bibe y Mateo en mano: "Señor Botijo, se está usted comiendo hasta la toalla".


[Nota: Señor Botijo es Mateo cuando pimpla con ansia].



viernes, 10 de agosto de 2007

Impaciente

Ya es oficial. La nariz de Jiko se ha convertido en el jugoso (y a juzgar por el ánimo chupóptero, sabrosísimo) sustituto que mi hijo se ha buscado para esas ocasiones en las que, por hache o por be, me retraso cero coma segundos en darle el pecho. Los hay impacientes, ¿eh?


jueves, 9 de agosto de 2007

En la palma de mi mano


Me ha pasado un par de veces desde que di a luz. Estar durmiendo, tan profundamente como Mateo (acaba de pasar un camión de bomberos por debajo de casa y ni se ha inmutado... Esta foto de arriba es de diez segundos después), y despertarme de pronto con la sensación de tenerle aún dentro. Entonces, aún un poco borrosa entre el sueño y la luz negra de la toma de turno, ahueco la palma de las manos y me toco la barriga, buscando un volumen que ya no existe y en cierta forma (redonda), lo echo de menos. Nueve meses, uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve, treinta y nueve semanas, de niño y bultos y patadas y vértigo dentro. En progresión.

Pero luego me asomo a mi derecha y miró a través de los barrotes blancos. Y ahueco de nuevo la palma de mi mano y le toco. Y no echo de menos nada.

Partículas de nosotros


Han pasado ya 16 días desde el nacimiento de Mateo. Comenzamos a pillarle el punto y la calma a la rutina, separada en espacios de tiempo aproximados de tres horas y en picos de intensidad que tocan bajos de cansancio cósmico y altos de euforia al ver como la raspita de Mateo se va llenando (¡y cómo!) de carne de babilla y cómo sus ojos y su boca van marcando poco a poco carácter. Jiko y yo, en esta nueva rutina, hemos desaparecido un poco, al menos el Jiko de antes y la Jika de antes. A veces, en esta nueva rutina, nos descubrimos de pronto, frente a frente, uno cargado con un pañal sucio y el otro con el cazo para desinfectar-desinhibir-desalgo los biberones. Nos descubrimos e iniciamos maniobra de abrazo o beso enroscado, pero entonces suena el pitido de la lavadora, avisando de que la ropica de Mateo ya está lista. La nuestra sigue sucia, esperando su turno. Pero insistimos, y si no nos descubrimos en ese cruce de pañal y cazo lo intentamos en uno de esponja y bibe. Y buscamos y buscamos y encontramos siempre una décima de segundo para no desaparecer del todo. Como ahora, hablándonos: él en la habitación, yo en el salón (Mateo en la cuna, soñando con ovejas eléctricas) y mandándonos en esos cuatro metros de aire y tablas de madera que nos separan, partículas de los que éramos antes.


Yo, como el primer día, me sigo perdiendo en el olor del cuello de Mateo.


lunes, 6 de agosto de 2007

Be water, my friend


Teníamos la ilusión de que cuando se notara sumergido y caliente, su habitual berrinche al contacto con el agua se transformase en gemidicos de placer, que estirase las piernas y chapoteara con las ganas de nadar y convertirse en pez. Pues no. Tras unos segundos con carita de desconcierto, asimilando la sensación de estar rodeado de "algo diferente" hasta la cintura, y después de hacernos creer que aquello del primer baño en bañeraIkea (hasta ayer sólo eran remojones, por lo del ombligo-bígaro) iba a ser un éxito rotundo, Jikito entonó el do de pecho y garganta y gritó y gritó y gritó como si ése fuese el último grito en la Tierra, obligando a Jiko-papá a darse prisa con la esponja y a mi, a extender la capa de baño para envolverlo y volverlo a callar con felpa y besos mojados. Vaya. Hoy vamos con el segundo intento. A ver si lo disfruta...

Hoy ha superado en la báscula la barrera de los 3 kilos. Jikito gordito.


Hoy, leyendo el capítulo diario del diario (valga la redundancia y repetición y circunloquio) que mi padre le escribe a Mateo cada madrugada (hoy adjuntó al envío esta foto cunera de ayer por la tarde), me han entrado ganas de que llegue el día en que pueda leérselo... Me ha gustado especialmente el capítulo de hoy, sobre los animales y esa posibilidad de ver y oler la selva, si es que ésta sigue existiendo ese día...


viernes, 3 de agosto de 2007

Y al décimo día se le cayó el ombligo


Pues eso, que dentro de sus parámetros de manual, el ombligo (es un decir: este colombroño negruzco de arriba, pillado con pinza aséptica y duro como una piedra, retorcidillo y escifó -en dialecto Marca es sinónimo de "quéasquito"-) de Mateo se cayó como una losa en un cambio rutinario de pañal. En su décimo día de vida. Dijo hasta aquí hemos llegado al tiempo que Jiko me gritaba Jikaaaaaaa veeeeeen y yo llegaba a la habitación casi con palomitas para ver el acontecimiento en primera fila. Si no fuera porque todos te aseguran que aquello no duele era para haberle puesto la epidural al pobre Jikito. Vaya socavón, madrecita. Pero él ná de ná, ni media lagrimilla. He aquí abajo la prueba, cinco minutos después del suceso, de la paz que otorga una caída como diosmanda. Ni el muro de Berlín.


Hoy Mateo pesó 2.828 gramos, en curva ascendente y clara recuperació
n del susto deshidratado que le costó a él casi medio kilo y a nosotros un par de ojeras que ni un mapache y más miedo del que he sentido nunca. Hoy me han dicho que tengo muy buen aspecto. Pues claro. Voy de la mano de la báscula que mide cada día los progresos de miJikito rellenando de leche su cuerpecico (y vaciando el mío a fuerza de succión).


jueves, 2 de agosto de 2007

Mateo, por fin (Crónica de un parto)


No me dio tiempo ni a darle un toque peliculero al asunto.

-“Jiko, creo que he roto aguas…”.


Eran las tres de la mañana del martes 24 de julio. Mateo decía ya vengo. Me obsesionaba ser la típica primeriza que se planta en el hospital a la primera de cambio, sin más síntomas que media contracción. Por eso no quería ni asustar a Jiko ni salir disparados… hasta estar seguros. Jiko miró las gotitas de agua del suelo… ¿Es esto?, dijo. Sí, respondí, y eso y esto y esto… Jiko se rió al ver el reguerillo. Jika, sentenció, has roto aguas. Pero por si acaso leímos un par de párrafos de un libro manual.

Sa
limos de la mano a la noche de nuestro barrio en silencio. Con la bolsa de Mateo y los nervios en las cejas arqueadas, y en la risa tonta. Si alguien nos vio debió pensar que íbamos de copas. O que volvíamos. Claro que ahí estaba mi panza, quitándole dudas al asunto, plantándole al observador nocturno la certeza de que aquello era la “típica escena” de matrimonio de parto, pero sin mi mano en las lumbares ni el gesto nervioso del JikoMarido. Estábamos contentos.

El señor vigilante Don Borde, del parking donde tenemos el JikoTouran metidico por la módica cantidad de ocho mil quinientos euros al mes o algoasí, estuvo a punto de no abrirnos la verja… De nuevo mi panza triunfó en los modales ajenos. Don Borde se convirtió en Don Amable, sonrió de medio lado y nos abrió la puerta sin apartar los ojos de mi barriga. Hala, mucha suerte, que venga bien. Qué frases más huecas y qué certeras cuando te toca.

Jiko condujo despacio hasta el hospital. Llevábamos la
radio puesta, creo, bajito, y creo también que íbamos con las manos juntas… pero sólo recuerdo el silencio, Madrid vacío y negra, y mirarnos y sonreír y nervios y muchas ganas de que pasase lo que ya estaba pasando y de poder grabarlo todo a cámara lenta. Me examinó una matrona alta, rubia, creo que me fijé en una medalla que llevaba colgando del cuello. Fue cálida y contundente: Te vamos a ingresar, estás de parto. No terminó la frase cuando rompí aguas, ahora sí de verdad, nada de reguerillo ni gotitas. Una rotura de aguas en toda regla. Biescas. Recuerdo los pasillos del hospital. Tan oscuros. Tan silenciosos. Un poco tétrico. Y otra pareja llegando a ritmo de contracción, él asustado.


La habitación (la 314, número pi) nos pare
ció triste y fría, y eso que era de las “reformadas chulas, de las que molan”, según un ser prepúber que atendía la recepción con las manos agarradas a una Play Station blanca-mugrienta, pero Mateo estaba tan cerca que los repintaos y las baldosas cejijuntas nos parecieron un motivo más de risa. Alguien, no recuerdo bien, vino a explicarnos qué iba a pasar. Contracciones, se llamaba el capítulo y sólo se llamaba (a la enfermera) cuando fuesen cada cinco minutos.

No recuerdo cuánto tiem
po pasó. Sólo veo la cara de Jiko tratando de agarrarme el dolor con la mano, compartiendo con la mirada, alentándome y queriéndome, sufriendo desde la distancia porque alguien le dijo que a una embarazada de parto no se le toca (cuánta razón, madrecita), intentando remover el tiempo con mi respiración rítmica lenta de manual cuando ésta dejó de serlo por culpa del puto dolor de los cojones me cago en dios esto qué demonios es que nadie me ha avisadoooooooooooooo. La horita corta esa de la que hablan fue la hora más larga, con contracciones cada cuatro minutos imposibles de afrontar desde la teoría del curso preparto. Sólo recuerdo no pronunciar palabra, apretar los dientes y jadear con la boca cerrada mientras el latigazo me partía en dos. Luego llegó la epidural.

Saludos desde aquí a los creadores de la epidural, uno de los grandes inventos de todos los siglos junto con el támpax e Internet.

Ví el cielo, me volvió el habla, abracé a Jiko, que escuchó sorprendido mi repentina verborrea, y respondí a todas las matronas que venían a verme con una sonrisa en la boca. Nos habían bajado a una sala de dilatación para envolverme en sensores y cables y sondas hasta que Mateo tocara el timbre. En realidad me bajaron a mí antes, para ponerme la epidural, y al poco tiempo dejaron entrar a Jiko, que me hizo reír de nuevo: iba vestido con la camiseta de Jiko’s Father que nos regalaron en nuestra boda y encima llevaba la bata verde de quirófano… y los patucos verdes encima de las chanclas “blancas”. El muy perraco me mordió los pies aprovechando la anestesia… Pensé en vengarme, pero luego soy blandita… Bueno, eso y que Jiko me puede.


Estuvimos en la sala de dilatación un tiempo indefinido (soy incapaz de tener noción de las horas allí…), creo que unas tres o cuatro horas, más o menos lo mismo que en la habitación con las contracciones, porque cuando nos llevaron al quirófano eran aproximadamente la una menos cuarto del mediodía. Diez horicas de parto, ahí es
ná.

Recuerdo el quirófano frío, pero no desagradable. Me
parecía mentira estar allí, preparada, con Jiko sujetándome la cabeza y hablándome, con mucha gente entrando y saliendo, con conversaciones triviales a mi alrededor, con todo mi cuerpo expuesto y preparado, rendido a la aventura de darse la vuelta para dejar paso al niño.

Recuerdo los ojos del médico muy nítidamente, por encima de la mascarilla, mirándome con instrucciones y demandas y con tranquilidad y se
guridad. El doctor Olmos, joven y tranquilo, casi tímido, apoyaba en mi rodilla la orden de empujar, venga, una vez más, lo estás haciendo muy bien. Recuerdo empujar con todas mis fuerzas, con la sensación extraña de no sentir y sentir más que nunca. Mateo no quería salir, al menos no por donde debía. Jiko seguía agarrándome la cabeza. Tenerle ahí me daba mucha fuerza, era alucinante. Oí a una matrona decir algo así como “esto va para largo” y al médico explicándome que iba a utilizar fórceps. Tuve miedo por el niño. Fórceps. Pero ni me dio tiempo a prolongar el susto. Mateo salió enseguida, al tiempo que Jiko, emocionado, me decía con las manos y al oído: “Ya está aquí, Jika”. Eran las 13:20.


Le vi en volandas, cubierto de sangre, bocabajo. Apenas me lo posaron encima de la mano, sobre mi tripa ya vacía y usada, un segundo. Estaba mojado, caliente, blandito. Quise tocarlo más, tactarlo, sentirlo en mi cara, pero unas manos rápidas me lo quitaron. Le oí llorar en la habitación de al lado, lloraba sano, fuerte. Yo oía cifras. 2.970 gramos. 50 centímetros...

El médico seguía conmigo, cosiéndome ante la mirada de Javier. Yo sólo q
uería ver y sentir y oler y tener a Mateo, pero nada. Lo trajeron un segundo, envuelto en algo, no recuerdo qué, y me lo inclinaron para que le besara. Estaba sucio, enroscado, tierno. Intenté olerle mientras lo hacía, casi sin voz, con todas las ganas y un nudo en la garganta y en los labios, que no me daban para besarlo entero. No hay forma de explicar ese momento. Luego se lo llevaron al nido. “Sólo un par de horas, para que no pierda el calor”. Y yo pensaba yo le doy calor, el que necesite. Nos quedamos solos Jiko y yo, los dos, justo como siempre pero ya cojos sin él.

Me llevaron a la habitación, recuerdo el techo del ascensor, el techo del pasillo. Me tocaba la mano, debajo de la sábana, co
n la que había acariciado a Mateo húmedo. Jiko se marchó al nido, a verle. Y me quedé sola unos minutos, con mi vida entera en el nido, en grande y en pequeño. Jiko y Jikito. Las diez horas anteriores fueron nada comparado con ese rato. Recuerdo que me quedé mirando las líneas que hacía en la pared la luz cortada por los agujeritos de la persiana.


Jiko regresó al poco tiempo y ya le había cambiado la cara. No le cabían las palabras en la boca, ni la sonrisa. Lo había visto, le había tocado a través de los agujeritos del cristal donde estaba el niño, comiendo calor. Me contó Jiko que Mateo le miró fijamente, con esa lucidez que dicen tienen los recién nacidos durante sus primeras dos horas de vida. Me moría de envidia, también de emoción, no dejé de tener ganas de llorar todo el día.

Y por fin le trajeron. Hinchado y brillante. Gordito, peq
ueño, tanto... Le cogí de espaldas al principio, pero enseguida le giré hacia mí y metí mi cara en el hueco de su cuello. Le olí de una sola vez, sin parar, casi sin moverme, con mis manos sujetándole en el aire. Y luego lo puse al pecho y continué mirándole.

No he parado desde entonces. Ese rato allí los tres fue increíble. ¿Qué hacíamos antes de Mateo? Jiko y yo nos miramos sin dejar de mirarle, acercándonos a su cara diminuta y a sus ojos enormes llenos de pomada antibiótica, qué pasada qué pasada qué pasada todo el tiempo. Tocándole. Riéndonos. Alucinando. Desde entonces, ahora hace una semana, todo ha sido él.


Y han pasado muchas cosicas. Ahí va un resumen.

-A los abuelos les hicimos trampa, pero muy poquita. Les mentimos toda la mañana, con sms que nos situaban en cualquier sitio menos en una sala de dilatación. Pero luego les llamamos enseguida y llegaron casi antes de colgar. Mis suegros, Beni y Luis, han tocado a su güaje con la misma sonrisa derretida que mis padres, Mi
guel y Rosa.

-Mateo dedicó su primera sonrisa a su abuelo Miguel, que babea desde entonces. Es el que está en la nube más alta: le escribe cada día un diario bonito que nos manda por mail. Nunca le había visto la expresión que tiene mirando a Mateo. Es emocionante.

-Su otro abuelo, Luis, no tiene duda sobre el parecido: igual que su padre, es decir, el abuelo de Jiko. Cuando se despidió de vuelta a Gijón me dijo: “Cuídale, que tenéis una joya”. Se va con la cartera llena de Mateo.

-Las abuelas cumplen tópicos (nos cocinan, nos cuidan) y mi madre va tres pasos por delante de mis necesidades… es una ayuda increíble, como siempre, y tiene una mirada distinta desde que vio a su
nieto. También he visto a Beni una luz distinta, se ríe cuando le acuna, se ablanda al acercárselo al regazo.

-Yo estoy en una especie de burbuja y no sólo por Mateo: el mismo día del parto se me estropeó el móvil y desde entonces sólo puedo recibir y enviar sms, pero no llamadas, así que he podido hablar aún con muy poquita gente. Tengo tantas llamadas pendientes y tanto hijo del que estar pendiente...

-La primera semana de vida de Mateo ha sido de locos, de encierro y entrega, de alegría y dolor (esos puntos-y-el-desgarro-criminaaaaaaaaaaaalllll...), de un peso tremendo y desconocido de responsabilidad e intención; todo es sacarle adelante.

-Después de dos días y un susto lleno de horas sin dormir y llanto inconsolable y demasiados
gramos perdidos para un cuerpecillo de agua y bilirrubina, Mateo empezó a engordar. Ahora casi llena la piel-sharpei y abre mucho los ojos de almendraza y sigue nuestras voces por el techo de la habitación, pero con calma y alguna sonrisa perdida en la decena de gestos que empieza a archivar.


-Empiezan las coordenadas de un trío.
PD: Jiko, cuánto te quiero en bostezos de león de nuestro Jikito.