viernes, 26 de octubre de 2007

Mi mujer es un sombrero


No se si alguno de vosotros tendrá en su entorno a alguien con un problema psicológico, psíquico o neurológico. Yo, salvo un caso de alzheimer relativamente cercano, no. Pero siempre me ha parecido un mundo apasionante... y aterrador: cómo una desconexión, una carencia, una presión en el sitio indebido, una pérdida o una fisura en algún recoveco del cerebro pueden convertir a una persona inteligente y lúcida en alguien (igualmente inteligente pero) perdido en una percepción distinta, ya sea del tiempo, del espacio, de la propia memoria o, peor aún, del propio yo.


El doctor Oliver Sacks (éste señor entrañable de aquí arriba), hombre cercano desde su posición clínica (es neurólogo y escribe con una calidez increíble sobre sus pacientes), ha dedicado su vida al estudio y tratamiento de personas con este tipo de problemas, y ha tenido la buena idea de transmitir sus conocimientos y, mejor aún, sus opiniones y sentimientos, en varios libros. Uno de ellos, Despertares (1973), dio lugar a una película en la que Robin Williams se metió en su carnecilla. Otro, titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), me tiene fascinada y atada a sus páginas. No os voy a dar (mucho) la brasa. Sólo quiero comentaros uno de sus capítulos, el que da título al libro, sobre un músico al que Sacks llama doctor P (nunca utiliza nombres reales, obviamente).

El doctor P era un músico muy considerado que daba clases en la Escuela de Música local (en algún lugar de Estados Unidos) y que un buen día comenzó a no reconocer las caras de sus alumnos. Cuando uno de ellos le hablaba
le reconocía por la voz. Es más, comenzó a ver caras donde no las había, por ejemplo, en un perchero o en un armario, a los que podía saludar afablemente y ante los que se quedaba perplejo al no obtener respuesta. Como su capacidad para la enseñanza seguía intacta e igual de brillante, no sólo sus alumnos, sino también él mismo, tomaron aquellos episodios por despistes divertidos y quizás un poco excéntricos, nada grave. Tres años después, al doctor P se le diagnosticó diabetes y, como consecuencia, se pensó que sus problemas de "vista" ya estaban explicados. Nada más lejos. El oftalmólogo le examinó y no vio ningún problema en su vista. Aunque le aconsejó que visitara a un neurólogo porque, dijo, lo que sí podía tener afectado era "una parte visual del cerebro". Así fue como P llegó a la consulta del doctor Sacks.

Cuenta Sacks que en esa primera visita se quedó alucinado. El doctor P era un hombre lúcido, divertido, amable, educado, que no sabía porqué estaba ahí (decía que él no tenía ningún problema con la vista, pero que últimamente la gente le decía que cometía "errores"). Sacks se dió cuenta enseguida de que había algo extraño en su mirada, es decir, era como si fijase su vista en puntos concretos de la cara que tenía enfrente pero no "comprendiese" el conjunto. Sacks le enseñó una foto de un paisaje y le pidió que le contase qué veía. P habló de algún color, algún detalle, pero fue incapaz de describir la escena en conjunto, es decir, no podía ver algo en su totalidad. Durante el exam
en neurológico rutinario (el que comprueba los reflejos, la coordinación, etc), Sacks observó alguna anormalidad en el lado izquierdo de P. Le quitó el zapato izquierdo para rascarle la planta del pie (como parte del test) y al terminar le dijo que se podía calzar. Sacks dejó pasar unos segundos y comprobó que P no se calzaba. Le ofreció ayuda, pero P no sabía de qué le estaba hablando. Efectivamente miraba hacia el zapato, pero no podía verlo (bueno, verlo sí, pero no "percibirlo" o "reconocerlo"), hasta que finalmente se señaló el pie. "¿Este es mi zapato, verdad?", dijo a Sacks, que lo negó: "No, ese es el pie, el zapato está ahí". Y P, sonriendo, dijo: "Ah, creí que eso era el pie". Sacks flipó, sabiendo que este caso le iba a poner a prueba.

El doctor P continuó yendo a su consulta, a veces acompañado de su mujer, testigo privilegiado de los "despistes" diarios. Un día, al terminar la sesión, P comenzó a mirar en torno buscando el sombrero. "Extendió la mano", escribe Sacks, "y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela". El pobre P había confundido a su mujer con un sombrero.



A pesar de que me he pasado tres pueblos con la extensión de este ejemplo (es que me emociono), el capítulo es mucho más largo y detalla muchas más visitas de P al doctor Sacks, y de las conclusiones a las que éste llega. Son demasiado complejas como para ponerlas aquí, pero aún más interesantes, así que si os pica el gusanillo (de ésta y otras historias parecidas, como la de la mujer "descarnada" que tenía el "cuerpo ciego"...) ya tenéis excusa para daros una vueltecilla por Fnac. Yo ya he vuelto para pillar otro librito de Sacks: Un antropólogo en Marte. Ya os contaré.

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