
A veces llamo Mowgli a Mateo porque es mi cachorro humano. Esta noche ha sido más cachorro que nunca: se la ha pasado encima de mí, haciendo ruiditos de eso, de cachorro, dejándose hacer, buscando huecos en mi piel para meterse dentro, todo blandito por culpa de la fiebre que se le ha subido a la chepa gracias a las vacunas que le pusieron ayer. Casi me cargo a la enfermera hijadeputaasquerosaperra que le incrustó las cuatro banderillas en sus muslitos, con tanto arte como una jodidarejoneadora y menos suavidad que una lija del siete. Ya se que es su trabajo, pero me cago en tó, que tía más seca. Javier me dijo "eres muy madre" y se reía un poco de mi cara antes de entrar a la sala donde le iban a pinchar, pero es que yo no sabía, hasta ese momento, lo que significaba eso de "me duele más a mí que a tí". Reíros, llamadme tonta, exagerada... y tendréis razón, pero joder, qué mal rato (creo que más para mí que para Mateo: lloró muy fuerte, pero le duró poco el berrinche).
Esta noche, cuando le abrazaba y tocaba con mis labios su frente, termómetro va termómetro viene, me acordaba de la carita que puso justo antes de echarse a llorar, cuando sintió el primer pinchazo (fueron cuatro) y casi no entendía qué estaba pasando. Cómo me miró.

Salvo lo de los pinchazos, la revisión del segundo mes fue divertida. Los datos del percentil ("percentil" me suena como a tamaño o edad del cordero o algo así: "el kilo de percentil está a catorce euros" o "asado de percentil al tomillo") fueron normales para su edad: pesa 6 kilos y mide 58 centímetros. Y el informe de la psicóloga (¿una psicologaaaaaaa? Pues sí, así se las gastan ahora con los bebés de dos meses y medio: con un sonajero son capaces de saber si el niño está atento y es feliz, manda huevos) fue estupendo (digo esto con la confianza que me inspira el susodicho sonajero como instrumento de medición, en fin).
Ahora duerme encima de Jiko y parece tranquilo. Está feliz, y no tenemos sonajero.
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