martes, 30 de octubre de 2007
Retrospecterrrr (by Jikos)
Tenemos que revolver el tiempo de algún modo: casi un año "encerrados" en casa y estos tres meses últimos pendientes de nuestro Jikito nos han convertido en individuos peligrosos que, o bien encuentran un pasatiempo inocuo, o bien, cual Michael Douglas en Un día de furia, cargan la escopeta contra todo lo que se mueva, incluidos ellos mismos.
La idea de hacer nuestro propio Retrospecter (técnica copiada de La Hora Chanante que consiste en doblar tú mismo escenas de pelis antiguas) fue de Jiko, capaz de hacerme morir de risa con esa forma que tiene de hacer suyo el acento y el tono híbrido entre Chiquito de la Calzada y Flo (el gran Florentino Fernández en su época Mississippi) haciendo de Chiquito de la Calzada y Crispin Clander ("te lo juro por Pete Sampras..."). Me parto.
Comenzó poniéndole voz al Conde Drácula de la peli Abbott y Costello meet Frankenstein (imaginaos la escena: yo haciendo cosas en casa y Jiko, con auriculares y micrófono en plan teleoperadora, hablando raro...), me enseñó el resultado con la intención de hacerme de su club... y al final, a pesar de mi resistencia (me puede la timidez y el desconcierto...), consiguió que me sentase a su lado y pusiese voz tontuna a la damisela de la peli. La verdad, a pesar de mis dificultades, a pesar de que Jiko se desesperaba con las mil interrupciones de mis risas y de mis silencios repentinos (justo cuando me tocaba hablar, claro), a pesar de que Jikito se despertaba justo en pleno doblaje, la experiencia ha sido la coña padre. El resultado, como sus galletas o su tiramisú, está pensado, cocinado y horneado por Jiko, en su nueva versión montador chanante. Espero que esta sea sólo la primera entrega.
CONSEJO: Poned el volumen al máximo.
PD: Primo Pedro, se admiten colaboraciones...
lunes, 29 de octubre de 2007
Pitufos (y broncas) a cien pesetas
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Lara y Miguel llegaron a casa con ganas de oxígeno (malditos cuatro pisos de escalera...) y un regalito (formativo) para Mateo: esta pelota de colores y ruidicos y huequitos para meter dedos y más babas... Exactamente el mismo regalo que nosotros habíamos traído para Miguelito, que hace nada cumplía un año. No fue la única casualidad de la noche: ahí queda el pijama a rayas que Lara y yo gastamos desde hace tres siglos, más o menos, y otras cosicas que nos hicieron reír mientras Mateo dormía como un cesto. La verdad es que, sí, fue una noche de risas, muchas risas: desde la preparación de las pizzas caseras (y la trepanación de tres dedos de Jiko, que sumó tomate a la base, ups, y que terminó la noche como un anuncio de tiritas, pobre...) hasta los diálogos sobre gemelas, broncas por encargar -a 100 pesetas- pitufos a la persona menos indicada (¡muerte al pitufo de la cervezaaaaaaa!!!!), granjas frustradas, año (perdón, mes) sabático, parecidos razonables ("ya te lo decía yo desde pequeña..., lo de Uma"), recuerdos de cole, encuentros con maestras a la caza del huequillo entre dientes (puajquéasco), lenguajes modernos ("yo ya se hacer eso de mandar un paquete..." = archivo adjunto) y la promesa de una visita a Palma que ahora nos apetece, incluso, mucho más.
Miguel, fue un placer conocerte (y te reconocemos el mérito: aguantaste estoicamente y con humor y ganas ese cansancio de curso sin cobertura...).
Esta recuperación, Lara, está superando, con mucho, las expectativas. Da gusto.
Vuelven las noches
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Se hace saber:
Que Don Jikito, consciente de los nuevos cambios horarios, decide, por su cuenta y babeo, hacer efectivo un nuevo modo sueño en nueva franja, a saber: desde las nueve de la noche (coincidiendo con el recuerdo cercano del baño calentito, masaje con crema, pañal a estrenar y la ingesta de 210 centílitros de lechecita rica) hasta... ¡¡¡las siete y media de la mañana!!! sin más parada para su señora madre que una o dos reposiciones de chupete, que tiende a salir volando en algún que otro sueño inquieto. Resultado: menos ojeras y más ganas de jugar a lo que buenamente surja durante el día, por ejemplo, a los discursos llenos de vocales. Aaaaa-uuuuuu....
viernes, 26 de octubre de 2007
Mi mujer es un sombrero
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No se si alguno de vosotros tendrá en su entorno a alguien con un problema psicológico, psíquico o neurológico. Yo, salvo un caso de alzheimer relativamente cercano, no. Pero siempre me ha parecido un mundo apasionante... y aterrador: cómo una desconexión, una carencia, una presión en el sitio indebido, una pérdida o una fisura en algún recoveco del cerebro pueden convertir a una persona inteligente y lúcida en alguien (igualmente inteligente pero) perdido en una percepción distinta, ya sea del tiempo, del espacio, de la propia memoria o, peor aún, del propio yo.
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El doctor Oliver Sacks (éste señor entrañable de aquí arriba), hombre cercano desde su posición clínica (es neurólogo y escribe con una calidez increíble sobre sus pacientes), ha dedicado su vida al estudio y tratamiento de personas con este tipo de problemas, y ha tenido la buena idea de transmitir sus conocimientos y, mejor aún, sus opiniones y sentimientos, en varios libros. Uno de ellos, Despertares (1973), dio lugar a una película en la que Robin Williams se metió en su carnecilla. Otro, titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), me tiene fascinada y atada a sus páginas. No os voy a dar (mucho) la brasa. Sólo quiero comentaros uno de sus capítulos, el que da título al libro, sobre un músico al que Sacks llama doctor P (nunca utiliza nombres reales, obviamente).
El doctor P era un músico muy considerado que daba clases en la Escuela de Música local (en algún lugar de Estados Unidos) y que un buen día comenzó a no reconocer las caras de sus alumnos. Cuando uno de ellos le hablaba le reconocía por la voz. Es más, comenzó a ver caras donde no las había, por ejemplo, en un perchero o en un armario, a los que podía saludar afablemente y ante los que se quedaba perplejo al no obtener respuesta. Como su capacidad para la enseñanza seguía intacta e igual de brillante, no sólo sus alumnos, sino también él mismo, tomaron aquellos episodios por despistes divertidos y quizás un poco excéntricos, nada grave. Tres años después, al doctor P se le diagnosticó diabetes y, como consecuencia, se pensó que sus problemas de "vista" ya estaban explicados. Nada más lejos. El oftalmólogo le examinó y no vio ningún problema en su vista. Aunque le aconsejó que visitara a un neurólogo porque, dijo, lo que sí podía tener afectado era "una parte visual del cerebro". Así fue como P llegó a la consulta del doctor Sacks.
Cuenta Sacks que en esa primera visita se quedó alucinado. El doctor P era un hombre lúcido, divertido, amable, educado, que no sabía porqué estaba ahí (decía que él no tenía ningún problema con la vista, pero que últimamente la gente le decía que cometía "errores"). Sacks se dió cuenta enseguida de que había algo extraño en su mirada, es decir, era como si fijase su vista en puntos concretos de la cara que tenía enfrente pero no "comprendiese" el conjunto. Sacks le enseñó una foto de un paisaje y le pidió que le contase qué veía. P habló de algún color, algún detalle, pero fue incapaz de describir la escena en conjunto, es decir, no podía ver algo en su totalidad. Durante el examen neurológico rutinario (el que comprueba los reflejos, la coordinación, etc), Sacks observó alguna anormalidad en el lado izquierdo de P. Le quitó el zapato izquierdo para rascarle la planta del pie (como parte del test) y al terminar le dijo que se podía calzar. Sacks dejó pasar unos segundos y comprobó que P no se calzaba. Le ofreció ayuda, pero P no sabía de qué le estaba hablando. Efectivamente miraba hacia el zapato, pero no podía verlo (bueno, verlo sí, pero no "percibirlo" o "reconocerlo"), hasta que finalmente se señaló el pie. "¿Este es mi zapato, verdad?", dijo a Sacks, que lo negó: "No, ese es el pie, el zapato está ahí". Y P, sonriendo, dijo: "Ah, creí que eso era el pie". Sacks flipó, sabiendo que este caso le iba a poner a prueba.
El doctor P continuó yendo a su consulta, a veces acompañado de su mujer, testigo privilegiado de los "despistes" diarios. Un día, al terminar la sesión, P comenzó a mirar en torno buscando el sombrero. "Extendió la mano", escribe Sacks, "y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela". El pobre P había confundido a su mujer con un sombrero.
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A pesar de que me he pasado tres pueblos con la extensión de este ejemplo (es que me emociono), el capítulo es mucho más largo y detalla muchas más visitas de P al doctor Sacks, y de las conclusiones a las que éste llega. Son demasiado complejas como para ponerlas aquí, pero aún más interesantes, así que si os pica el gusanillo (de ésta y otras historias parecidas, como la de la mujer "descarnada" que tenía el "cuerpo ciego"...) ya tenéis excusa para daros una vueltecilla por Fnac. Yo ya he vuelto para pillar otro librito de Sacks: Un antropólogo en Marte. Ya os contaré.
miércoles, 24 de octubre de 2007
24 de octubre. Tres meses con Mateo
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Le hemos cantado cumplemes feliz y se ha reído con dos vocales, aunque se habría reído igual si en vez de felicitarle le cantamos la musiquilla de ceseí. Mola esta incondicionalidad.
Desde el 24 de julio, Mateo ha hecho un máster de aprendizaje básico: comer (beber, chupar), dormir, mirar, sonreír, reír, tocar, balbucear, potar, babear, gritar y proyectar eructos como tornados.
Creo que nosotros, en ese máster, hemos aprendido una vida entera.
En un plano más terrenal: le hemos regalado (aprovechando el primer día frío en Madrid) esta funda de invierno para la maxi-cosi. Digo yo: debe molar ir por la calle envuelto en un edredón. ¿No?
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viernes, 19 de octubre de 2007
El libro de los conejitos suicidas
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No se cómo será el tal Andy Riley, el autor de este curioso y desternillante El libro de los conejitos suicidas que el otro día busqué y encontré en FNAC (o "la-afnac", como digo yo -mal, lo sé; es como decir "la amoto"...- Jiko siempre me corrige y siempre se ríe). No se si es un cachondo o un sádico, o ambas cosas. Pero viendo las formas en que ha imaginado (y dibujado) a un conejito suicidándose da qué pensar... (el director Richard Curtis ha dicho sobre este libro: " Muy imaginativo, muy divertido y muy preocupante si eres la madre del autor". Pues eso). El tal Riley, guionista de cine y de televisión y autor de la tira cómica Roasted en The Observer Magazine, lo explica en la portada: "Pequeños, peludos y suaves conejitos que no quieren seguir viviendo".
Ésta viñeta que he escogido es el primer suicidio conejil que vi y me hizo reír (también me dio pena). Pero hay muchas más, a cual más cruel, a cual más hilarante.
Creo que a Mateo le hará reír... en su momento... y sí, puede que sea demasiado pronto para tanta crueldad, pero ¿no nos merendamos nosotros el asesinato de la madre de Bambi, el encierro de Dumbo o el accidente cardiovascular de Chanquete? Los conejitos suicidas, por lo menos, no tienen una pizca de ñoños.
Jikito en la peluquería
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Resulta que, finalmente, Jikito nació con cresta. Solo que la cresta no estaba donde tenía que estar, sino en el cogotillo. A Jiko y a mi nos gustaba mucho, pero Mateo pasa taaanto calor que nos decidimos a cortarle el pelo. Claro, no en todas las peluquerías cortan el pelo a un bebé de dos meses y tres semanas, así que nos costó encontrar una, cerca de la calle Limón, al lado de casa, donde una señorica dijo sí, sí, no hay problema.
Me senté con Jikito encima y Jiko detrás, mirando primero con curiosidad, luego con temor, al final con prisa. Porque la señorica en cuestión decidió hacer una especie de performance al estilo Eduardo Manostijeras, con la tijera volando vertiginosa por la cabecita de Mateo haciendo trasquilones a toda leche y sorteando las orejas como Alonso por un piano. Buff, qué sudores.
No la dejamos terminar. Y huímos tan deprisa que nos dejamos la bolsa. Era cuestión de oreja o muerte.
miércoles, 17 de octubre de 2007
Jikito en movimiento
Nos dijo el pediatra que le pusiéramos boca abajo. Que así fortalecía músculos y conciencia e intestinos. Y aquí está la prueba de que somos obedientes (y de que Jikito busca el equilibrio a pesar de su cuellecito de goma).
miércoles, 10 de octubre de 2007
Cachorro humano
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A veces llamo Mowgli a Mateo porque es mi cachorro humano. Esta noche ha sido más cachorro que nunca: se la ha pasado encima de mí, haciendo ruiditos de eso, de cachorro, dejándose hacer, buscando huecos en mi piel para meterse dentro, todo blandito por culpa de la fiebre que se le ha subido a la chepa gracias a las vacunas que le pusieron ayer. Casi me cargo a la enfermera hijadeputaasquerosaperra que le incrustó las cuatro banderillas en sus muslitos, con tanto arte como una jodidarejoneadora y menos suavidad que una lija del siete. Ya se que es su trabajo, pero me cago en tó, que tía más seca. Javier me dijo "eres muy madre" y se reía un poco de mi cara antes de entrar a la sala donde le iban a pinchar, pero es que yo no sabía, hasta ese momento, lo que significaba eso de "me duele más a mí que a tí". Reíros, llamadme tonta, exagerada... y tendréis razón, pero joder, qué mal rato (creo que más para mí que para Mateo: lloró muy fuerte, pero le duró poco el berrinche).
Esta noche, cuando le abrazaba y tocaba con mis labios su frente, termómetro va termómetro viene, me acordaba de la carita que puso justo antes de echarse a llorar, cuando sintió el primer pinchazo (fueron cuatro) y casi no entendía qué estaba pasando. Cómo me miró.
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Salvo lo de los pinchazos, la revisión del segundo mes fue divertida. Los datos del percentil ("percentil" me suena como a tamaño o edad del cordero o algo así: "el kilo de percentil está a catorce euros" o "asado de percentil al tomillo") fueron normales para su edad: pesa 6 kilos y mide 58 centímetros. Y el informe de la psicóloga (¿una psicologaaaaaaa? Pues sí, así se las gastan ahora con los bebés de dos meses y medio: con un sonajero son capaces de saber si el niño está atento y es feliz, manda huevos) fue estupendo (digo esto con la confianza que me inspira el susodicho sonajero como instrumento de medición, en fin).
Ahora duerme encima de Jiko y parece tranquilo. Está feliz, y no tenemos sonajero.
martes, 9 de octubre de 2007
Calla, Jika
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La escena fue así:
Jikito lloraba y yo le intentaba consolar en brazos.
Se cae el chupete y llamo a Jiko para que me de otro.
Jiko se va y vuelve con el chupete en la mano.
Se le va la pinza y me lo intenta encasquetar a mí en la boca.
Estamos perdiendo el norte.
[Desde entonces procuro hablar poquito, por si esto ha sido un mensaje subliminal].
Finde mañicoooooooooo
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El plan era como para no hacer apuestas. Tres parejas, cuatro bebés, un fin de semana. ¿Para echarse a temblar? Pues no, resulta que para repetir. La cita de Zaragoza organizada por el trío piscinero (Lucía, Mari Carmen y yo) fue todo un éxito. A saber:
-A pesar de que no nos conocíamos todos hubo un buen rollo palpable desde el principio. Y no un buen rollo eufórico y cargante, sino uno relajado y con ganas de más.
-Los serecillos (Laura, cinco meses y medio, arriba de la foto; las mellizas Laura y Paola, tres meses y medio, en medio; y Mateo, dos meses y medio) se portaron de coña: sonrieron mucho, dosificaron las rabietas (a pesar del momento cumbre de la maxicosi doble en el coche, con Laura y Mateo en pleno dueto y pleno pulmón) y durmieron justo cuando nosotros necesitábamos comer.
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-Hicimos de todo: estar tranquilos en casa, salir al desfile de la pre-fiesta del Pilar, a un mercadillo de cosicas ricas (compramos un queso estupendo), cenar con calma, jugar al Party (¡hasta las tres de la mañana!), ver la carrera (¡a las siete de la mañana!) en la que Hamilton se hundió en la pucelana (hurraaaaa!!!!!!) y salir a comer migas y chuleticas dicasmuenas mientras recordábamos los inicios de las tres parejas... Ay...nos pusimos tontuelos... hasta que sonó la campana: ¡Boooooote!
-Hubo hasta "la anécdota" para recordar (lo siento por los que os fuisteis a dormir... ¡rajaos!), gracias al don de Mari Carmen con la mímica obligada del Party: le toco escenificar "Lanzamiento de jabalina" y después levantarse y hacer como que tiraba con arco se puso los índices a modo de colmillos, así, para arriba, intentado que su pareja en el juego, Lucía, pronunciase al menos la palabra jabalí. Aún me duele la garganta de reírme... (aunque también moló cuando Lucía intentaba pintar una bombona de butano y Mari Carmen, mirando el dibujo, dijo: ¡una botella de anís!).
-El sushi que preparó Diego estaba riquisisisisisimo; el vino que firmó Pierre, blanco y dulce, casi me hizo pedir la nacionalidad suiza.
-Jiko y yo comprobamos que tenemos futuro como pareja del Party (también). Me reí al intentar que dijese "monopatín" pintándole un mono que él pensó que era un oso...
[En noviembre lo dicho, repetimos. Ahora buscamos casa rural en Guadalajara para todos. Lucía: ve metiendo en una bolsa el Party...y los M&Ms].
La vuelta en coche me dejó estos recuerdos entre mis dedos:
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Me voy a apoyar aquí
Marina, la hija de mi primo Christian, estuvo tímida y lista: no nos quitó ojo a ninguno y habló con la boca cerrada y los ojos muy abiertos, aunque le costase mirar a cámara. Mateo también habló con los ojos y tuvo este gesto entre tierno y confiado con ella, ajeno al parentesco pero intuyendo que ahí había algo familiar. Me gustan los dedos regordetos de los dos.
jueves, 4 de octubre de 2007
Jikos yonquis
Gimnasia postparto (y otras incongruencias)
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Os preguntaréis cómo puedo elegir la foto de un donut relleno para ilustrar mi entrada sobre la gimnasia postparto. Pues, querida familia y amigos, porque así es mi vida: pura contradicción. Soy la incongruencia en persona. Me podéis llamar Congru. Responderé. La cuestión es que mientras me dejo la piel en los ochocientos abdominales que me marco en cada clase (pata pa'rriba, pata pa'bajo, barbilla en vilo, tripa en formato toblerón) mi maridito me prepara estas delicatessen para llenar justamente los huecos que he logrado hacerme en el perímetro citado, uséase, el abdominal. Yo endurezco, él reblandece. Y así vamos.
Pero... ¿cómo resistirme a este pedazo de donut casero? ¿Cómo resistirme a sus tres variedades: con agujerico, relleno de chocolate, relleno de mermelada de fresa? ¿Como resistirme a esa masa esponjosa, a esa cubierta azucarada y casi crujiente? ¿Cómo decir que no? Pues diciéndolo, coño. Diciéndolo. Pero entonces... ¿adónde iría a parar mi incongruencia?
M&M
Loquillo unplugged
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Muy de vez en cuando, Mateo llora como un loco. En esta foto está a puntito. Son ataques que pueden durar horas y que nos vuelven del revés a Jiko y a mí, y nos dejan agotados, mirándonos, cuando terminan, desde cada punta de la casa con ojos de bulldog, rojitos y jadeantes, y con los oídos zumbones, porque a Mateo le ha cambiado la voz (sí, sí, reiros) y ya no ese ese llanto débil de recién nacido, a ras de cuna, casi. Llora como un tenor bien pagado.
Tendrá frío, pensamos durante. Tendrá calor. Tendrá hambre. Tendrá sed. Tendrá gases. Dolor. Miedo. Quéseyo. Es como un acertijo sin solución porque comienza como acaba, sin explicación, sin sentido, en un cambio de gesto tan radical que si no fuese por los nervios sería para reír. Cuando Mateo llora arquea los labios juntos, hacia abajo, como un paréntesis tumbado, justo antes de que su lengüita se cuadre y le arda la cara. Lo notas cuando le abrazas, meciéndole, en un intento constante, suave, desesperado, de dar con ese punto que él necesita y que es como la combinación ganadora de la BonoLoto: existir existe, pero hay millones de posibilidades diferentes y acertar es, básicamente, un milagro. Y mientras pruebas un número, otro, él se retuerce y le tiembla el labio inferior y darías mil vueltas a la Tierra como Supermán (cuando salvaba a Lois Lane) sólo para que se calmase y volviese a estar feliz y a decir aouuuuu con la boca en triángulo y los ojos chistosos. (Estas son las veces malas: normalmente nos adelantamos al llanto con toneladas de intuición y, si llegamos tarde, entonces sacamos la munición de besucos y hacemos ráfagas indiscriminadas).
A veces, en los ataques malos, le canto El cadillac solitario, de Loquillo. Y se calla en mi regazo, y me mira con esos ojos gigantes y pienso que tendré que negar que la coplilla que bailé mil veces a golpe de bote y achuchón y raspao con las Bigardas me ha servido, cien años después, para dormir a un menor de edad. Así que luego canto un duérmete niño duérmete ya... Como para compensar (pero se nota: a él le mola "...y al irse la rubia me he sentido extraño, me he quedado solo mirando a tu barrio, me han atrapado en esta ciudad...").
Hoy he cantado el Cadillac muuuucho rato. No se si os habéis dado cuenta.
miércoles, 3 de octubre de 2007
PPP (Parmentiers, perímetros y postparto)
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Mientras yo acunaba a Mateo, mientras le dejaba durmiendo, mientras volvía al mínimo ruido (yo creo que me toma el pelo y a veces le descubro riéndose cuando oye que acudo a su llamada...), mientras estaba distraída con fotos e internet, Jiko me hizo este platazo. El título, nobiliario, es algo así como Solomillo Ibérico con higos y parmentier de patata y manzana. Toma apellidos. Estaba de muerte: el solomillo tierno, sabroso, en su jugo y alguna ramita de tomillo-limón; el parmentier de manzana y patata, increíble, la textura perfecta, el gusto en el paladar de la canela, del jengibre, el punto picante de la pimienta; y los higos... los higos estaban para llorar, melosos y atrevidos, borrachos de vinagre balsámico, suaves de azúcar, perfectos para la carne, para el puré. Jiko me miró al llevarme el primer bocado al gaznate (me suena a tebeo: "gaznate") y mordí sintiendo sus ojos y le hice esperar, pero sólo un décima de una décima de una décima de segundo, porque la verdad es que me gustó demasiado como para no relamerme. Resultado: a pesar de que estiramos la experiencia degustando y masticando y saboreando y llenando el aire de "mmmmmhhhhs", sólo tardamos en pimplarnoslo 6 minutos. No es broma.
Otro resultado: el plato viene a añadir a mi cuerpecito tanto placer como centímetros, lo que me acaba de recordar mi patética vuelta al gimnasio. Ayer, en teoría, comenzaba mi gimnasia postparto (en el mismo centro donde hice la preparto), por aquello de quitarme del perímetro los solomillos ibéricos y los purés que se me han ido quedando a vivir justo donde se esconden los bolsillos y las cremalleras, más o menos. A ver, yo asumí (ahí mi error) que como la gimnasia preparto la hice en la piscina, la postparto también sería en modo-estherwilliams, así que me pasé tres semanas intentando comprarme primero un bikini y luego un bañador que incrustase los solomillos ibéricos citados justo justo en la columna, escondidicos, pero nada. Dí finalmente con uno que me pareció bien, lo que ya supuso un triunfo. Me hacía los pies más pequeños y los ojos más grandes.
Así que ayer por la mañana, toda chula, meto el bañador y las chanclas en la bolsa y me pego tremenda caminata hasta Valle 36, así se llama el centro, pensando "qué bien que ahora me meto en la pisci porque vaya sudada me estoy pegando". Y llego y me dice la chica, hola, y luego... ¿qué haces? Y yo digo, pues gimnasia, en la piscina. "No, no, la gimnasia postparto es en sala, no en piscina. ¿No traes chandal?". Buffffffffff... No hija no, chándal no, traigo un puto bañador monísimo deportivo de la muerte que voy a tener que meter en mi armario hasta que baje de talla y ya no me valga. Joder. Así que ná, con esas llamé a Jiko (le dije no te rías, y básicamente colgué con su carcajada en mi orgullo) y me volví a casa, con mi bañador sin estrenar y un nuevo encargo: comprar unos pantalones de hacer gimnasia, que en casa sólo tengo unos de hacer biberones.
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Esta es mi sala de gimnasia. Sin una gota de agua.
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