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Lo del índice derecho comienza a ser preocupante. Es salir de casa y Mateo desenfunda el dedo con alevosía y premeditación, en un arranque hiperquinético en el que todo objeto es diana potencial. En la calle nos quedamos afónicos repitiendo pájaro árbol coche casa moto coche pájaro árbol coche casa moto coche y así hasta el infinito y más allá. Pero entrar en un supermercado es una experiencia esquizofrénica, una prueba de fuego. No hemos empezado a decir coca cola cuando hay que cambiar a plátano y enseguida a detergente o patatas fritas, digo, no, natillas, pimientos, cereales... y así hasta que nos entra un tic en el ojo, temblores en los pulgares y un taconeo acompasado, y nos rendimos al silencio de la impotencia. Él nunca se rinde: su índice recorre veloz cada estante hasta que, ya en el coche, encuentra en la trayectoria un semáforo una fuente una nube y todo.
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