Es lo que tiene no tener pasillo en casa. Que uno llega a una prestada y flipa con el tramo doméstico que no contiene nada salvo una hilera de metros, pero que esconde mil puertas y enigmas, por no hablar de la posibilidad de recorrerlo a galope sin más peligro que tropezar con uno mismo. Mateo se pasó así nuestras breves vacaciones en la casita que nuestros queridos MariPierre nos prestaron en Ayamonte. Alucinado con la distancia, entusiasmado con el recorrido, amenazado por las sombras, dueño de un espacio que casi llenaba si extendía los brazos... Luego, cuando volvimos a casa, fingió no importarle la ausencia de ese tramo trascendental y aventurero. Y nosotros empeñados en lo diáfano. Si es que... como (más o menos) dice mi amiga Pepa, quien tiene pasillo tiene un tesoro.
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2 comentarios:
No me cansé yo ni ná de fregar el tramo éste.
Sí, pero me imagino a dos gemelos al fondo de un pasillo como este y ya no sé qué pensar
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