domingo, 19 de octubre de 2008

Guisantes para la eternidad


Mateo ha tomado su primera decisión de adulto: comer solo. Sólo que no lo es: adulto. Nadie puede introducirle un alimento en la boca, cucharada o tenedor mediante. La cosa comenzó la semana pasada, en lo que creíamos que era una tontería de ná. ¡Ja! Desde ese día de adiós a los purés nutritivos, caseros, fáciles y rápidos tuvimos que improvisar un hola imperativo a los menús diseñados más que las fachadas de un guggenheim: no sólo hay que pensar qué alimentos utilizar y con qué variedad y con qué asiduidad, sino que éstos deben ser susceptibles de cortarse en daditos, aptos para que un pulgar y un índice diminutos hagan pinza sobre ellos y de ahí a la boca.

¿Parece sencillo, no? En la merienda, puede: mola que se coma el plátano él solo, gajos de mandarina, trozos de manzana o pera, melón, galleta, zumo de naranja. Pero prueben a contemplar (ahora sólo nos queda eso, contemplar mientras come, con la maniobra anti atragantamiento a punto, porque dientes, lo que se dice dientes, sólo tiene 4 y dos proyectos) cómo se pimpla medio plato de guisantes... uno a uno. Uno a uno. Uno a uno. Uno a uno... He dicho medio. Quedaba el otro medio: un lomo de pescado. Trocito a trocito. Trocito a trocito. Trocito a trocido. Paciencia cum laude, somos.

PD: Miento. Hay algo que no le plantea problema con la cuchara paterna. Se llama yogur, natillas y flan. Extremista, al menos, no es. Tonto, tampoco. Lento, mucho.

sábado, 18 de octubre de 2008

El pasillo

Es lo que tiene no tener pasillo en casa. Que uno llega a una prestada y flipa con el tramo doméstico que no contiene nada salvo una hilera de metros, pero que esconde mil puertas y enigmas, por no hablar de la posibilidad de recorrerlo a galope sin más peligro que tropezar con uno mismo. Mateo se pasó así nuestras breves vacaciones en la casita que nuestros queridos MariPierre nos prestaron en Ayamonte. Alucinado con la distancia, entusiasmado con el recorrido, amenazado por las sombras, dueño de un espacio que casi llenaba si extendía los brazos... Luego, cuando volvimos a casa, fingió no importarle la ausencia de ese tramo trascendental y aventurero. Y nosotros empeñados en lo diáfano. Si es que... como (más o menos) dice mi amiga Pepa, quien tiene pasillo tiene un tesoro.

Visto y leído

"Cadburys. Chocolate con fruta y tuerca"

Mil perdones por la calidad de las fotos, pero vale la pena obviar la nube, achinar los ojillos y flipar con el documento. Las tomé, con el móvil y sin apenas luz, en una tienda de productos ingleses, regentada por ingleses, en el centro de Ayamonte. Se ve que los dueños dominaban los palabros patrios (de aquí, se entiende) y que
'quillooooo...' lo decían hasta con deje chanquetero, pero lo que son los cartelicos de su tienda... Pasen, pasen...

"Mars y Snickers. Llenar chocolate impide"

Con éste tenemos nuestras dudas (bueno, y con el de arriba: ¿tuercas? ¿en plena chocolatina? Hay que tener mala follá...): ¿las marcas éstas impiden que te llenes más de chocolate? ¿o lo que no se puede es llenar de más chocolate la estantería? ¿tienen algo que ver los 62,5 gramos? Se admiten aclaraciones y sospechas...

"Inglés fresco (no fumado)"

Éste es el mejor: se entiende que dentro del paquetito hay un señor británico sonrosadillo (tocinete), recién levantao -de ahí lo de fresco- y, a modo aclaratorio, se indica que no está fumao, es decir, que es capaz de deletrear, lejos de la resaca porrera, 'tuerca' e 'impide' mejor que Francis Matthews.

"Algunos artículos en el refrigerador son
individuall valoró como ellos con artículos de infreequent"


Y éste es, simplemente, el delirio. Que cada cual se las componga para intuir de entre las tuercas y los tocinetes no fumados qué coño significa semejante mensaje en la nevera.

Terminamos con esta joya del mercadillo local, colgado con primor y desparpajo en un tenderete minúsculo de ivs san logen en el que su dueño gritaba: "¡suban a la planta de arriba, que hay más!". Más uros, se entiende.


¿Es o no es para estudiarlo? Ains...

Cabalgar


Es la monda. Toda la vida viendo en la calle estos chismes horribles y estridentes en forma de coche, avión, moto o caballo (como éste) y resulta que estaban ahí para, previo euro, jaja, hacer que un niño se parta de la risa y sea feliz, lo que se dice feliz, plenamente feliz, pensando, qué se yo, que eso es, de verdad, cabalgar.
Me comía esos dedos atrapados en la manga del jinete.

Casi, casi una aventura

Se nos ocurrió de pronto, lo de irnos a Portugal. Suena aventurero, pero teniendo en cuenta que la cosa consiste en cruzar en ferry el Guadiana desde Ayamonte y que la travesía dura 13 minutos, aventura, lo que se dice aventura, va a ser que no viene siendo. Mateo, además, se pasó durmiendo la ida y la vuelta, como si intuyese el escaso nivel de adrenalina necesario.

Estuvo muy bien, sin embargo. Vila Real de Santo Antonio, que es el "lejano" punto de destino, es el pueblo más silencioso del mundo, con el mayor número de toallas del mundo y con el mercado más vacío del mundo (es que llegamos tarde...). Compramos unos quesos diminutos con promesa, un pan recio que pellizcamos como pirañas, un cuchillo panadero de filo certero y comimos mucho mejor de lo que el espíritu turístico de la zona nos hacía pensar: Jiko, un bacalao a la plancha rico; yo, unas sardinas a la brasa con ensalada de tomate. Menú pequeño, sencillo, perfecto, con queso y pasta de sardinas de entrante de la casa y una tarta "de natas" (una era poco) de postre.

Mateo, mientras, sobao... Así siguió hasta llegar a Ayamonte, donde se despertó justo cuando una nube negra se nos plantó encima de la bienvenida.

¿Vacaciones? No, gracias

De la parte "tremenda" de las vacaciones que mencionaba en la entrada PierreDePotro & Jikos hablo ahora. Ya podía haber sido un atracón de jamón, una mariscada superlativa o un non-stop de carne de presa y secreto ibérico. Pero no. Fue un virus cabrón que me dejó baldada tras dos dias vomitando, ni agua podía beber, y que, ya de vuelta forzosa a Madrid (menudo viajecito en AVE), me llevó al hospital otros dos días, gastroenteritis aguda, enchufada a una sobredosis en vena de suero, sodio y potasio. Por suerte, Luc ni se enteró y estuvo moviéndose a sus anchas las 48 horas que estuve tumbada en la habitación de al lado a la que parí hace un año y dos meses. La tres catorce (o habitación Pi).

Jikomío no se separó de mi vera, a pesar del pseudo colchón conyugal, y me hizo reir con tonterías y chiribitas, aunque también me torturó con sandwiches argentinos que se pimpló mientras a mí me daban tres cucharadas de caldo transparente. Y Mateo fue feliz en su estancia en pensión completa en Casa Abuelos, que disimularon una alegría de palmas ante mi percance (es brominaaaa -power-, no se me cabreeen...) por aquello de ser dueños, señores y abuelísimos durante esos dos días.


Dieta blanda, me dijeron al salir. Yo soñaba con esa carne de presa que nunca comimos en Ayamonte.

El columpio


Es taaan difícil explicar la emoción de Mateo cuando ya desde lejos ve el columpio, la prisa de sus brazos batiendo la distancia, su respiración acelerada al colocarse dentro, los pies corriendo en el aire, los dedos blancos de apretar la cuerda, su carcajada completa al primer balanceo, su felicidad sonora al ver el mundo acercándose y marchándose, el aire en la cara... tan difícil, que la próxima vez esta entrada será un vídeo.



Índice criminal


Lo del índice derecho comienza a ser preocupante. Es salir de casa y Mateo desenfunda el dedo con alevosía y premeditación, en un arranque hiperquinético en el que todo objeto es diana potencial. En la calle nos quedamos afónicos repitiendo pájaro árbol coche casa moto coche pájaro árbol coche casa moto coche y así hasta el infinito y más allá. Pero entrar en un supermercado es una experiencia esquizofrénica, una prueba de fuego. No hemos empezado a decir coca cola cuando hay que cambiar a plátano y enseguida a detergente o patatas fritas, digo, no, natillas, pimientos, cereales... y así hasta que nos entra un tic en el ojo, temblores en los pulgares y un taconeo acompasado, y nos rendimos al silencio de la impotencia. Él nunca se rinde: su índice recorre veloz cada estante hasta que, ya en el coche, encuentra en la trayectoria un semáforo una fuente una nube y todo.

Round de cariño


Siempre recuerdo una viñeta de Mafalda en la que Manolito acudía a una llamada de su padre: se acercaba, sin saber aún la razón del requerimiento (normalmente le esperaba la zapatilla en el trasero), y se sorprendía de pronto entre los brazos paternos, que le estrujaban entre besos y achuchones y cariños inesperados llenos de barba y baba y colleja amorosa. Al "salir" de allí, Manolito se encontraba con Mafalda y ésta, extrañada por su aspecto desaliñado y casi enrojecido, le preguntaba qué le había pasado: "Nada, un round de cariño con mi papá".

Pienso en ello, riendo, cada vez que Jiko "pilla" a Mateo. Sólo que en esta viñeta siempre suele haber chocolate de por medio.

Da gusto verlos en pleno combate.


Sillón J (Real Academia de Tapas Ayamontinas)


Ayamonte. Plaza de La Laguna. Bar Pupas. Sillón J (de Jiko) de la Real Academia de las Tapas Ayamontinas. Mateo toma posesión en un acto en el que corrió el mosto y se espachurraron huevos gigantes con bechamel. También cayó una patata frita y casi una paloma que pasaba por ahí. El homenajeado sólo se levantó de su flamante Sillón J para perseguir a tres perros que osaron cruzar la plaza. Para celebrar la ocasión, Mateo pronunció una jota sonora y prolongada, también denominada eructo o, según su progenitor, un rutio de padre y muy señor suyo.


Cosas que comimos con sólo pedirlas


¡Cómo empezar con otra cosa que no sea este mollete tostao con tomate, sal y aceite de oliva! Madremía, qué forma de comenzar las vacaciones, con el fresco de las nueve de la mañana, el espacio nuevo de La Fuente, el bueno rollo de la camarera y este manjar simple y perfecto acompañado de un café con leche... demasiado caliente, pero estupendo.

Sigo con otro desayuno, otro día, en otro lugar al que nos llevaron Mari y Pierre: unos churros crujientes y potentes en el puesto diminuto de al lado del mercado (buff, qué mercado...):
Que fuese octubre y Ayamonte no estuviese abarrotado de gente tuvo además otra ventaja: las jornadas y recorrido de tapas organizado por los señores dueños de los bares y tascas, animados por pillar clientela hasta debajo de los salmonetes. Comenzamos por La Vitola, con unos boquerones rellenos de dos quesos (uno de ellos, azul) sorprendentes y deliciosos:


Seguimos con este calamar relleno (secreto de la casa, nos dijeron, y no me extraña que no lo suelten: estaba increíble), acompañado de patatas fritas y arroz blanco:


Y en el siguiente bar, con la bebida (y antes de una carrillada, o carrillera, que de todas formas lo escribían, de llorar de emoción: apenas hacía falta partirla, se deshacía...), nos sirvieron estas camporreal... No es que sea original la tapa, pero no pude evitar la foto porque estaban en el punto JUSTO, exactamente como me gustan: verde intenso, fuerte y brillante, duras como unas buenas botas y sabrosísimas. Siempre acompañadas por pan, por supuesto.


Esta fue la estupenda paella que nos "regaló" la madre de Mari, y no fue lo único: en su cocina enoooorme comimos también un pollo al horno con patatas "en cuadritos" riquísimo, sin olvidarnos del arroz con leche de Mari...


... y de este postre exquisito, puesto sobre la mesa como si nada, del que pellizcamos todos, animados por los comentarios llenos de emes (mmmmmhh...) de Mateo, que se debatía entre su pasión por el queso y su arrebato recién estrenado con las uvas. Al guaje prestole el menú y más aún Luis, el padre de Mari, más asturiano que el pitu caleya... Qué bien nos tratásteis.


Y sin foto...: atún encebollado, tortillitas de camarones, chanquetes con cebolla roja y langostinos, huevos gigantes, lagrimitas de pollo, sardinas a la brasa y bacalao (eso fue en Portugal), pasteles de La Flor de la Canela...

PierreDePotro & Jikos


En esta foto nos estábamos despidiendo de nuestros "PierreDePotro", hace ya ¿un par de meses? Desde entonces les hemos estado echando de menos... las fondues en su casa, los picnics en el
juancarlosprimero, las pizzas en la nuestra, mil paseos, planes y, sobre todo, ver a los pequeños echándose el ojo (y las manos) al crecer. Así que cuando una de esas tardes de medio-despedida nos invitaron a pasar una semana en Ayamonte dijimos sí sí sí más de tres veces. Hubo retraso, deberíamos haber ido a principio de septiembre, pero allí nos plantamos, por fin.


El relato de esa semana estupenda y tremenda a la vez se irá desgranando en las siguientes entradas (el suero hay que beberlo, como dice Juanjo, en pequeños sorbitos), pero me quedo con esta tarde de playa en Islantilla... bueno, sin exagerar: tarde, tarde, no. Fue como una horilla a la orilla fresca, a pesar de la luz naranja y caliente que mejoraba la calidad de la camarucha del móvil. Un gusto, a pesar de que también imaginábamos con ganas ese mismo momento pero en verano, todos dentro del agua, Mateo nadando con Paola y Laura. En fin.

Cambia barba por chupete, suma (o resta) años y... ¿dos gotas de agua?


Aquí los tres: yo oliendo el mar, Mateo señalándolo y Luc aún a oscuras...


PierreDePotro, anfitriones cálidos como siempre, al completo: Pierre, Paola, Lauri y Mari Carmen... Memorables los abrazos de las niñas y Mateo en el paseo marítimo...


Y la realidad, en besos, en chanclas, y en paralelo.