miércoles, 20 de febrero de 2008
Después de la lluvia
Ayer llovía todo el cielo. Y sólo a mí se me ocurre aventurarme bajo el agua con Mateo embutido en la silla, plástico de por medio, abrigo y gorro. El trayecto: de casa de mis padres a la nuestra (unos tres cuartos de hora andando). Pero a la gota número un millón y al llanto número tres de Mateo forrado y asfixiado cambié de opinión. Di media vuelta, eché a correr y a sudar bajo el abrigo y la piel y llegué de nuevo a casa de los abuelos de Mateo con ganas de echarle sobre la cama, quitarle el abrigo, el gorro, los pantalones, ponerle en "culos" (como la Björk chanante) y dejarle retozar feliz. Un éxito (con imágenes gracias al instinto del abuelo Miguel): Mateo gritó de felicidad, cantó, hizo la croqueta, ensayó voces y piruetas, sonrió y rió. Fuera llovía y llovía.
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1 comentario:
Que joío...ha heredado la mirada inquieta, socarrona y con un brillito profundo de sus padres...casi ná!
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