
Hace unas tres semanas, pusimos a Mateo sobre una de esas "mantas" de colores con cosas que cuelgan y que crujen y que brillan y que son blanditas y molan. Fue un fracaso total. Por más que le acercábamos la manita o le poníamos uno de los muñecos colgantes delante de las naricillas, él nos miraba a nosotros como diciéndonos pero qué demonios os pasa, señores, basta ya de hacer el tontuno. Lo volvimos a guardar. Pero el otro día, Jiko saco una de las varillas, verde, y la colocó en forma de arco sobre la cuna, de forma que le quedaba a la vista y al tacto de su cabecera. Y qué cambio: Mateo decidió que ése iba a ser su primer día de juego (nosotros mirábamos desde lejos, mola verle cuando cree que está solo):
Primero se quedó mirando. Un buen rato...

Luego empezó a mirar más rápido, primero una cosa, luego otra, y comenzó a sonreír...

...hasta que la sonrisa fue carcajada y se dijo allá voy y entonces comenzó a dar patadas y manotazos y risas y aaauuus enooormes. Estuvo un buen rato, él sólo, dando gritos a la mariquita con ruido y a la flor con espejo:

Desde entonces cada día, después de comer, juega un rato a su bola. Es alucinante.
1 comentario:
Este niño es precioso¡¡ La pena es que tenga los ojos tan pequeños¡¡
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