miércoles, 21 de noviembre de 2007

Abuelitis


Mi madre está resfriada y no puede y no quiere coger a Mateo (esta foto es de la semana anterior...). Así que le observa desde una distancia prudencial, envidiando a cualquiera que le tenga en brazos y jurando en arameo por los putos virus que le impiden ser ella la que le tenga y le mire de cerca y le estruje y le bese. Ayer, que era el cumple de mi padre, la quise en su impotencia, vi sus manos extendidas, como resistiéndose a la distancia, y entendí su mosqueo escondido en el ruido del sonajero. Porque, encima, Jikito estuvo increíble: habló por los codos en su dialecto de vocales chiclosas, se rió a carcajadas, tocó y babeó los juguetes que ella le ha comprado, y el único que pudo achucharle fue mi padre, que celebró sus sesenta y una castañas bailando con él por el pasillo, sintiendo sus deditos enroscados en su camisa, y haciéndole reír con esa especie de performance que ha creado uniendo el ritmo de los payasos de la tele y el verbo de Ozores en el un, dos, tres (tengo que hacer vídeo: hará furor en este blog). Mateo se parte. Yo más. Y mi padre es feliz.

Me gusta ver a mis padres con Jikito. Es extraño y me hace bien y me descubre cosas que no había visto de ellos y les veo radiantes y dedicados y generosos y llenos de nieto. Y me acerca a muchos recuerdos.

PD: Dentro de dos semanas viene la otra abuela de Mateo, Beni, que cuenta los días para ver el paso en carne de estos dos meses sin verle. Qué ganas de ver su cara cuando le coja por primera vez...

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