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El pediatra de Mateo se llama Mario, es mayor, le tiembla un poco el pulso y no se acuerda de que la anécdota que te está contando ya te la contó en la anterior visita. Tiene la consulta viejuna, llena de diplomas colgados y fotos descoloridas de bebés anunciando algo, y algún cuadro feo como cabecero de unas sillas negras y doradas, horrorosas. Pero me gusta. Es cálido y amable, y lo es siempre. Es paciente con los nenes, se nota que le gusta lo que hace, y a Mateo, después de buscar su ficha en un taco inmeeenso de folios apilados (ése es su ordenador), siempre le habla sonriendo y le mira con dulzura pero sin ñoñerías babosas. Le pesa, le habla mientras, le toca la cabeza y los oídos, le mira la garganta con el palo de madera que a mi me daba (me da) tanta dentera, y Mateo le observa alucinado, como se ve en esta foto.
El otro día Jiko curraba y fui sola con Mateo. Entré con él y con la bolsa y los abrigos y una toallita y el chupete colgando de mi camiseta. Me hizo pasar, me preguntó por el niño, escuchó las respuestas con calma, aconsejó rápido, sonriendo, hablando alto. Y cuando terminó de ver a Mateo, levantó la vista y me dijo: "Y tú, hija, ¿cómo estás tú?". Y me quedé en blanco, porque de pronto me acordé de mi abuelo, con la mano en mi hombro, preocupándose por mi.
1 comentario:
Los mayores son sabios por su experiencia... del tú (yo), pasa al nosotros y con el tiempo al él/ella... y desaparece durante unos años el tú (yo) y el nosotros (hay que intentar mantener ese yo/nosotros)
BSS
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