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Cada día me desayuno órdenes del médico untadas con margarina hueca. Confieso que es la única vez del día que sigo la dieta de prudencia preparto. Pero ayer, en una reunión inesperada, Teté dijo: "Mañana porras". Puso hora (las diez) y trinchera (su casa) y algunas nociones de historia: el lugar de fabricación no tiene más nombre que "cafetería-churrería" (pa qué más), se esconde en un cuchitril de toldo verde, barra esquelética y cuba aceitosa ("pero sin una gota de harinaza"), en algún número de la calle Francisco Silvela y en algún altar humeante al que, a partir de hoy, iré de vez en cuando a orar, con un café con leche en el hueco del cirio.
Pues eso, que esta mañana, en una de esas reuniones que me gustan sin más plan que una frase y las ganas de estar juntos, Teté, Pedro, Silvia, Andrea y los Jikos nos hemos desayunado y mojado este festín de la foto (gracias, gracias, gracias, dice Mateo a su tío-abuelo) en un acto de valentía y preparto que hemos amenizado con risas chanantes y recuerdos de olores que nos gustan: el cordero asándose, las patatas guisadas, las chuletitas a la brasa... En fin, que estamos enfermos... y sin ganas de curarnos.
El récord de porras no lo hemos batido. Lo tiene Teté. Quince. Dice.
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