Él pone la base, yo el relleno. Y juntico todo, al horno, con mucho queso a punto de romperse en burbujas. Así es la Pizza Jikos, más mérito de Jiko que de Jika, porque yo sólo cuido y corto y sofrío y sonrío a la berenjena y la cebollica y el calabacín y el tomate y el pollo o la carne y alguna especia y mucha atención mientras se mezclan ("¡Jikaaaaaa, enciende el extractoooooooor!!!"), pero él es quien hace la masa con sus propias manos, y venga y venga y venga, sobre la encimera blanca llena de harina blanca, diciendo: "Jika, a ver qué tal sale". Y siempre sale bien, unas veces pan-pizza, otras masa-fina, depende de cómo la coloque, siempre dicamuena, y luego coloca los ingredientes y les torea en círculo y los deja niquelaos para los 220 grados.
A mí me gusta olerla cruda, la masa. Y tocarla templada. Todo el mundo debería poder tocar alguna vez masa de pizza cruda y templada. Y oler nuestra casa mientras se hace al horno.
Hace poco fueron mis papis quienes la probaron (a mi padre, que no le gusta la pizza ná de ná se pimpló casi la mitad de una...: "Al final de la comida recordadme que os diga una cosa...". Mi madre, convertida en niña en menú fin de semana, sólo balbuceaba: "Mmmhhh-mmmhhh"). Luego fue Javi Blanco, con Rodrigo bailándole el agua y los nervios. Y el fin de semana pasado, con Alonso a por uvas en Magnycurs, se la comieron sin decir esta boca es mía mi suegra Beni, recién llegadita de Gijón para su super mes y medio de vacaciones (la ampliación del "medio" es por la llegada de Mateo...), y mi cuñaaaaaao Luis, que vino zen y se fue llenito-llenito de pizza, tiramisú y sueño. Aquí abajo, en una demostración de cómo dormir soñando que tienes los ojos cerrados.
PD: ¿No parece la foto de contraportada de un intelectual escritor de novela en su vigesimoquinta edición a punto de romper a ganar un premio?
1 comentario:
Es que a mí me encanta que me cojas con las manos en la masa.
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