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Valga la sesión fotorepetitiva chuip chuip para demostrar la efectividad de algunos artilugios para bebés. Éste es una especie de chupete gigante con una red anti-tragarse-nada en cuyo interior se mete (o introduce) un trozo de manzana o un par de gajos de mandarina o uno de naranja, a ser posible fresquitos-de-la-nevera. Es la monda chuip chuip. Primero le dimos manzana y, bueno, le gustó, pero durante un minuto. Y luego llegó la mandarina, y chuip chuip fue la revolución chuip chuip. Como un vampirito chuip chuip, apretando fuerte con las encías y el orgullo, sorprendido por el juguillo dulce, Mateo chupó, sorbió, se relamió y miró a cámara agradecidísimo por el invento... y por su babero pirata.

Su primer día con zapaticos y no pisó más que la palma de mi mano.
Ocurrió hará como dos meses (la foto, ya olvidada, la rescato por casualidad del móvil de Jiko) y, a pesar de las expectativas (paternas y, por tanto, desproporcionadas, ay) de que sus pieses de pronto tuvieran suela, Jikito no dejó ni una huella. Y eso que sería una huella de camuflaje.
*Las zapas fueron regalo de los los tíos abuelos de Jikito, Teté y Silvia, y de sus primos segundos (o tíos primeros, nunca me aclaro), Pedro y Andrea.
La primera papilla de frutas. La aventura ácida.
Ingredientes (por orden del pediatra loco pero molón): un "mi primer Danone", dos cacitos de cereales, medio plátano.
Resultado: un desastre.
¿Razón? Demasiado ácido. Pobre.
¿Consecuencia? Se la comió, pero por hambruna. Al día siguiente añadimos a la pócima un cuarto de manzana y el zumo de media mandarina. Un mundo más dulce.
Desde entonces, Mateo la devora... sin parecer Jim Carrey.
Le veo así, con su pijama de preso, la bola encadenada a JikoNiko, arrastrando por el edredón el ritmillo lento de I am a man on a constant sorrow, con la voz country de Dan Tyminski... y entonces me río contándoselo, cantándoselo, haciendo el cabra y mímica, y él, sin saber de qué y por qué, se ríe también, como un preso liberado. 

Jikito despega en la maxicosi justo antes de empezar a llover. La velocidad (y llevar la frente estrellada) le hacen mondarse de risa. El JikoAviador piensa que le dirige Martin Scorsese y sueña con volar cinco minutos más que Howard Hughes. Se le acaba de meter una nube en el ojo.
Amelia, mujer de Pablo y dueña y señora de un extraño, original y cálido negocio bien llamado Los jabones de mi mujer (pulsen y vean, es una gozada...), nos regaló para Mateo un jabón de zanahoria, nerolí y karité que le está dejando la piel como el culito de un niño, o al revés. Parece turrón, huele a crema y se tacta como mazapán caro (hablo del jabón... ¿o también de Mateo?). Una pasada. A Jikito, como se ve en la foto, le encanta.
*Si además de ver los jabones en la página web los queréis oler y, de paso, daros un paseo de esos sanos por el campito, podéis visitar su tienda, pequeñita e increíble, en un pueblo de Segovia, Santiuste de Pedraza, que en estas fechas solo tiene 7 habitantes. Todos huelen bien.