
Ayer por la tarde montamos Jiko y yo el moisés de Luc, una cuna chiquita y tenue, prestada y, por tanto, con experiencia en lo que se le viene, y que a Mateo no le hizo mucha gracia. Quiso mover los palos cuando intentábamos ponerlos horizontales; sacudirlos cuando empezaron a cuadrar; girar las ruedas cuando aún estaban boca arriba; quiso impedir la acción y lo que significaba, creo yo, llenando la tarde de un mal humor raro en él. No paramos de hacerle partícipe y regalarle brazos cuando los pedía, que era muy a menudo, mucho más que cualquier otro día. Siguió tontuelo.
Se asomaba. Tocaba. Lo colocamos al lado de su cuna, explicándole. Y escuchó atento. Hasta que callamos. Luego dio media vuelta y salió de SU CUARTO arrastrando el moisés hacia el salón.

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