jueves, 8 de enero de 2009

Los Reyes y Mateo, el explorador


Con nocturnidad y cero alevosía colocamos en casa, digo, perdón, dejamos en casa un hueco preparado para que los tres tenores y sus camellos depositaran los regalos para Mateo. Un coche brum brum, un puzzle de madera, una construcción de ciudades de goma para el baño, un avión con hélices rumberas... y, entre todo esto, un leopardo recuperado de la infancia materna que se sumó al conjunto, sin saber que iba a ser "el deseado". Fue ver a Leopoldo, que así lleva llamándose unos 30 años, y Jikito se convirtió en una especie de Dian Fossey de los leopardos: todo pegarse a él, hablarle en su lenguaje gruñil, unirse a sus garras... Así posó, como un explorador con un amigo salvaje e inesperado. Orgulloso.
Luego fue todo sorpresa gradual...


...e hiperkinesia: fius fius, de un lado a otro:


En casa de los abuelos maternos le esperaba este bólido chulo, neoyorquino y sin casco. Lo intentó, pero el concepto de girar el volante se le quedaba justo en los deditos...


...así que los usó para agarrar más animales, uno de ellos, vástago directo de Leopoldo.


Y el despiporre llegó, tras un cochinillo crujiente y criminal (Luc se peleaba por hacer valer su espacio), en Casa Yaya, donde esperaban los paquetes de tooooda la familia. Abrirlos, descubrir, oir, tocar, mirar y chupar fue la actividad frenética de Mateo durante una hora larga. Paquetes propios y ajenos. Hasta le dio un mordiscuelo a una tableta gigante de chocolate perfecto que le cayó a mi Jiko entre las manos sin haberlo siquiera sospechado.
Estos Reyes, que se las saben todas toditas.




PD: De mi regalazo ya os daré debida cuenta cuando lo perpetre, que es de esos de perpetrar... con los ojos cerrados y grandes dosis de placer... (y no, no penséis mal, gorrinacos, que estoy de 9 meses, hombrepordios).

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