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Desde que recuerdo mi vida, siempre recibía de mi abuelo el mismo regalo de Reyes: el crisolín (para los que les suene a sueco: librito casi diminuto, cabe en la palma de la mano, que Crisol edita cada año con obras de ésas de guardar). Me lo daba como con emoción y era para ambos un ritual rápido, nos reíamos un segundo con todos los ojos, y apartados del barullo de los regalos grandes y envueltos. Cuando mi abuelo murió toqué en casa con la punta de los dedos mi colección de crisolines, sabiendo que en ellos siempre encontraría el olor de ese momento a dos, aunque ya no me riera. Pero no terminó la colección ahí: los primeros Reyes sin mi abuelo recibí el mismo regalo... de mi abuela, que acuñó de pronto el encargo y lo hizo suyo, y me gustó.
Este año, mi nuevo crisolín es quizás mi preferido porque me ha devuelto una de las obritas que más me ha gustado y que más veces he leído: Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar. Ya se lo he leído a Jiko, algunos fragmentos, y creo que le ha gustado como a mí (o, a lo mejor, viendo mi entusiasmo al leérselo, se sintió incapaz de quedarse sólo templado...). Y me muero por leérselo a Jikito, dentro de a saber.
Y para que quede un pedacico de este regalo, de este libro, y de esta historia, no me resisto a transcribir un párrafo o dos. Qué envidia me dais los que vais a leerlo por primera vez. Ahí va:
Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.
NOTA: La foto, hecha (muy bien, to' hay que decirlo) por don abuelo materno, me hace pensar en la cara de Mateo la primera vez que le cuente las historias de los cronopios.
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