martes, 30 de octubre de 2007

Retrospecterrrr (by Jikos)



Tenemos que revolver el tiempo de algún modo: casi un año "encerrados" en casa y estos tres meses últimos pendientes de nuestro Jikito nos han convertido en individuos peligrosos que, o bien encuentran un pasatiempo inocuo, o bien, cual Michael Douglas en Un día de furia, cargan la escopeta contra todo lo que se mueva, incluidos ellos mismos.

La idea de hacer nuestro propio Retrospecter (técnica copiada de La Hora Chanante que consiste en doblar tú mismo escenas de pelis antiguas) fue de Jiko, capaz de hacerme morir de risa con esa forma que tiene de hacer suyo el acento y el tono híbrido entre Chiquito de la Calzada y Flo (el gran Florentino Fernández en su época Mississippi) haciendo de Chiquito de la Calzada y Crispin Clander ("te lo juro por Pete Sampras..."). Me parto.

Comenzó poniéndole voz al Conde Drácula de la peli Abbott y Costello meet Frankenstein (imaginaos la escena: yo haciendo cosas en casa y Jiko, con auriculares y micrófono en plan teleoperadora, hablando raro...), me enseñó el resultado con la intención de hacerme de su club... y al final, a pesar de mi resistencia (me puede la timidez y el desconcierto...), consiguió que me sentase a su lado y pusiese voz tontuna a la damisela de la peli. La verdad, a pesar de mis dificultades, a pesar de que Jiko se desesperaba con las mil interrupciones de mis risas y de mis silencios repentinos (justo cuando me tocaba hablar, claro), a pesar de que Jikito se despertaba justo en pleno doblaje, la experiencia ha sido la coña padre. El resultado, como sus galletas o su tiramisú, está pensado, cocinado y horneado por Jiko, en su nueva versión montador chanante. Espero que esta sea sólo la primera entrega.

CONSEJO: Poned el volumen al máximo.

PD: Primo Pedro, se admiten colaboraciones...

lunes, 29 de octubre de 2007

Pitufos (y broncas) a cien pesetas


Lara y Miguel llegaron a casa con ganas de oxígeno (malditos cuatro pisos de escalera...) y un regalito (formativo) para Mateo: esta pelota de colores y ruidicos y huequitos para meter dedos y más babas... Exactamente el mismo regalo que nosotros habíamos traído para Miguelito, que hace nada cumplía un año. No fue la única casualidad de la noche: ahí queda el pijama a rayas que Lara y yo gastamos desde hace tres siglos, más o menos, y otras cosicas que nos hicieron reír mientras Mateo dormía como un cesto. La verdad es que, sí, fue una noche de risas, muchas risas: desde la preparación de las pizzas caseras (y la trepanación de tres dedos de Jiko, que sumó tomate a la base, ups, y que terminó la noche como un anuncio de tiritas, pobre...) hasta los diálogos sobre gemelas, broncas por encargar -a 100 pesetas- pitufos a la persona menos indicada (¡muerte al pitufo de la cervezaaaaaaa!!!!), granjas frustradas, año (perdón, mes) sabático, parecidos razonables ("ya te lo decía yo desde pequeña..., lo de Uma"), recuerdos de cole, encuentros con maestras a la caza del huequillo entre dientes (puajquéasco), lenguajes modernos ("yo ya se hacer eso de mandar un paquete..." = archivo adjunto) y la promesa de una visita a Palma que ahora nos apetece, incluso, mucho más.

Miguel, fue un placer conocerte (y te reconocemos el mérito: aguantaste estoicamente y con humor y ganas ese cansancio de curso sin cobertura...).


Esta recuperación, Lara, está superando, con mucho, las expectativas. Da gusto.

Vuelven las noches



Se hace saber:

Que Don Jikito, consciente de los nuevos cambios horarios, decide, por su cuenta y babeo, hacer efectivo un nuevo modo sueño en nueva franja, a saber: desde las nueve de la noche (coincidiendo con el recuerdo cercano del baño calentito, masaje con crema, pañal a estrenar y la ingesta de 210 centílitros de lechecita rica) hasta... ¡¡¡las siete y media de la mañana!!! sin más parada para su señora madre que una o dos reposiciones de chupete, que tiende a salir volando en algún que otro sueño inquieto. Resultado: menos ojeras y más ganas de jugar a lo que buenamente surja durante el día, por ejemplo, a los discursos llenos de vocales. Aaaaa-uuuuuu....

viernes, 26 de octubre de 2007

Para greguerías, Guille

Mi mujer es un sombrero


No se si alguno de vosotros tendrá en su entorno a alguien con un problema psicológico, psíquico o neurológico. Yo, salvo un caso de alzheimer relativamente cercano, no. Pero siempre me ha parecido un mundo apasionante... y aterrador: cómo una desconexión, una carencia, una presión en el sitio indebido, una pérdida o una fisura en algún recoveco del cerebro pueden convertir a una persona inteligente y lúcida en alguien (igualmente inteligente pero) perdido en una percepción distinta, ya sea del tiempo, del espacio, de la propia memoria o, peor aún, del propio yo.


El doctor Oliver Sacks (éste señor entrañable de aquí arriba), hombre cercano desde su posición clínica (es neurólogo y escribe con una calidez increíble sobre sus pacientes), ha dedicado su vida al estudio y tratamiento de personas con este tipo de problemas, y ha tenido la buena idea de transmitir sus conocimientos y, mejor aún, sus opiniones y sentimientos, en varios libros. Uno de ellos, Despertares (1973), dio lugar a una película en la que Robin Williams se metió en su carnecilla. Otro, titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), me tiene fascinada y atada a sus páginas. No os voy a dar (mucho) la brasa. Sólo quiero comentaros uno de sus capítulos, el que da título al libro, sobre un músico al que Sacks llama doctor P (nunca utiliza nombres reales, obviamente).

El doctor P era un músico muy considerado que daba clases en la Escuela de Música local (en algún lugar de Estados Unidos) y que un buen día comenzó a no reconocer las caras de sus alumnos. Cuando uno de ellos le hablaba
le reconocía por la voz. Es más, comenzó a ver caras donde no las había, por ejemplo, en un perchero o en un armario, a los que podía saludar afablemente y ante los que se quedaba perplejo al no obtener respuesta. Como su capacidad para la enseñanza seguía intacta e igual de brillante, no sólo sus alumnos, sino también él mismo, tomaron aquellos episodios por despistes divertidos y quizás un poco excéntricos, nada grave. Tres años después, al doctor P se le diagnosticó diabetes y, como consecuencia, se pensó que sus problemas de "vista" ya estaban explicados. Nada más lejos. El oftalmólogo le examinó y no vio ningún problema en su vista. Aunque le aconsejó que visitara a un neurólogo porque, dijo, lo que sí podía tener afectado era "una parte visual del cerebro". Así fue como P llegó a la consulta del doctor Sacks.

Cuenta Sacks que en esa primera visita se quedó alucinado. El doctor P era un hombre lúcido, divertido, amable, educado, que no sabía porqué estaba ahí (decía que él no tenía ningún problema con la vista, pero que últimamente la gente le decía que cometía "errores"). Sacks se dió cuenta enseguida de que había algo extraño en su mirada, es decir, era como si fijase su vista en puntos concretos de la cara que tenía enfrente pero no "comprendiese" el conjunto. Sacks le enseñó una foto de un paisaje y le pidió que le contase qué veía. P habló de algún color, algún detalle, pero fue incapaz de describir la escena en conjunto, es decir, no podía ver algo en su totalidad. Durante el exam
en neurológico rutinario (el que comprueba los reflejos, la coordinación, etc), Sacks observó alguna anormalidad en el lado izquierdo de P. Le quitó el zapato izquierdo para rascarle la planta del pie (como parte del test) y al terminar le dijo que se podía calzar. Sacks dejó pasar unos segundos y comprobó que P no se calzaba. Le ofreció ayuda, pero P no sabía de qué le estaba hablando. Efectivamente miraba hacia el zapato, pero no podía verlo (bueno, verlo sí, pero no "percibirlo" o "reconocerlo"), hasta que finalmente se señaló el pie. "¿Este es mi zapato, verdad?", dijo a Sacks, que lo negó: "No, ese es el pie, el zapato está ahí". Y P, sonriendo, dijo: "Ah, creí que eso era el pie". Sacks flipó, sabiendo que este caso le iba a poner a prueba.

El doctor P continuó yendo a su consulta, a veces acompañado de su mujer, testigo privilegiado de los "despistes" diarios. Un día, al terminar la sesión, P comenzó a mirar en torno buscando el sombrero. "Extendió la mano", escribe Sacks, "y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela". El pobre P había confundido a su mujer con un sombrero.



A pesar de que me he pasado tres pueblos con la extensión de este ejemplo (es que me emociono), el capítulo es mucho más largo y detalla muchas más visitas de P al doctor Sacks, y de las conclusiones a las que éste llega. Son demasiado complejas como para ponerlas aquí, pero aún más interesantes, así que si os pica el gusanillo (de ésta y otras historias parecidas, como la de la mujer "descarnada" que tenía el "cuerpo ciego"...) ya tenéis excusa para daros una vueltecilla por Fnac. Yo ya he vuelto para pillar otro librito de Sacks: Un antropólogo en Marte. Ya os contaré.

miércoles, 24 de octubre de 2007

24 de octubre. Tres meses con Mateo


Le hemos cantado cumplemes feliz y se ha reído con dos vocales, aunque se habría reído igual si en vez de felicitarle le cantamos la musiquilla de ceseí. Mola esta incondicionalidad.

Desde el 24 de julio, Mateo ha hecho un máster de aprendizaje básico: comer (beber, chupar), dormir, mirar, sonreír, reír, tocar, balbucear, potar, babear, gritar y proyectar eructos como tornados.

Creo que nosotros, en ese máster, hemos aprendido una vida entera.

En un plano más terrenal: le hemos regalado (aprovechando el primer día frío en Madrid) esta funda de invierno para la maxi-cosi. Digo yo: debe molar ir por la calle envuelto en un edredón. ¿No?


viernes, 19 de octubre de 2007

El libro de los conejitos suicidas


No se cómo será el tal Andy Riley, el autor de este curioso y desternillante El libro de los conejitos suicidas que el otro día busqué y encontré en FNAC (o "la-afnac", como digo yo -mal, lo sé; es como decir "la amoto"...- Jiko siempre me corrige y siempre se ríe). No se si es un cachondo o un sádico, o ambas cosas. Pero viendo las formas en que ha imaginado (y dibujado) a un conejito suicidándose da qué pensar... (el director Richard Curtis ha dicho sobre este libro: " Muy imaginativo, muy divertido y muy preocupante si eres la madre del autor". Pues eso). El tal Riley, guionista de cine y de televisión y autor de la tira cómica Roasted en The Observer Magazine, lo explica en la portada: "Pequeños, peludos y suaves conejitos que no quieren seguir viviendo".

Ésta viñeta que he escogido es el primer suicidio conejil que vi y me hizo reír (también me dio pena). Pero hay muchas más, a cual más cruel, a cual más hilarante.


Creo que a Mateo le hará reír... en su momento... y sí, puede que sea demasiado pronto para tanta crueldad, pero ¿no nos merendamos nosotros el asesinato de la madre de Bambi, el encierro de Dumbo o el accidente cardiovascular de Chanquete? Los conejitos suicidas, por lo menos, no tienen una pizca de ñoños.