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Arriba, Mateo y Mateo, dos bebés y un destino tocayo que comenzó el mismo mes de 2007 y tiene pinta de continuar hasta largo. Verlos correr a saltos por el 2 de mayo (con sus madres trotando como paparazzi, ains Pepa, questampa...) es una experiencia que ni Mulder: por más que trazan trayectoria, siempre terminan yendo cada uno para un lao. Luego se ríen desde lejos.
Abajo, Mateo y Olivia, dos pares de ojos pa'desmayarse y una afición común por las patatas fritas pa'asustarse. Aún no saben que algún día saldrán de cañas los tres juntos. Fijo que nos pondrán a caldo.
No es dolor, es sensación. No es dolor es sensación. No es dolor, es sensación...
Jiko se repite este mantra una y otra vez, hacia dentro, mirando al horizonte con grandeza, concentrado en no sentir el ardor que esas manitas criminales perpetran en sus orejas como si hubiera curvas. Mateo, ajeno a su tortura, no entiende que un manillar se queje. O que se ponga peligrosamente colorao.
Nos paran por la calle para preguntar si de verdad llevamos un bebé bajo esa piel de osezno. Y asoma Luc para contestar 'sí' sólo un segundo, antes de meterse de nuevo en mi escote calentito para seguir hibernando. A veces ronca suave.
Fue esta. La primera foto juntos y solos. Nada más llegar a casa del hospital.
Le dice a todo que no, tan enano, pero no le quita ojo. Mateo y Jiko echan pulsos hasta en el parque, se persiguen, se regañan, se buscan y prueban, aunque es Mateo el que ejerce de experimentador: puede terminar besando un hocico lleno de ladridos, chupando un palo, probando la arena, recibiendo un manotazo de un niñojoputa, volando detrás de una paloma y partiéndose la caja con una niña en la escalera del tobogán justo antes de que otra niña señale a Jiko al grito de "papaaaaaaaaa" y yo termine mosqueda, claro. Y Luc, sin enterarse de nada, con el globoespadaláser naranja, que empuñó su hermano durante apenas un segundo y medio, atado al manillar de su maxicosi.
Creo que Mateo crecerá pensando que el pan se hace en casa y que todos los padres saben amasar y amasan. Crecerá, como Luc, con el olor ácido a masa madre y con el tacto suave, casi etéreo, templado, de la bola perfecta que moldea Jiko antes de la segunda fermentación. Con tortitas de masa madre de San Francisco, con pizzas esponjosas y crujientes, con bollos de canela, con roscón y panecillos de perrito. Creerán que nuestro horno es mágico. Levar será para ellos un concepto familiar (nunca mejor dicho), igual que alcaravea, espelta, rasqueta, stretch and fold, burbujas, tensión. Qué chasco, y qué lujo, cuando descubran en el patio del cole el bocata de su amigo, el extremo hueco y basto de una insulsa pistola a la que la gente llama pan. Los niños no suelen expresar agradecimiento explícito, pero creo que esa tarde, al volver del cole después de haberse comido en el recreo su bocadillo de pan de centeno blanco o su chapata integral o su barrita con semillas de amapola, por ejemplo, Mateo y Luc darán a su padre un abrazo distinto, enharinado y templado, lleno de gracias explícitas.