domingo, 8 de marzo de 2009

Masa padre

Creo que Mateo crecerá pensando que el pan se hace en casa y que todos los padres saben amasar y amasan. Crecerá, como Luc, con el olor ácido a masa madre y con el tacto suave, casi etéreo, templado, de la bola perfecta que moldea Jiko antes de la segunda fermentación. Con tortitas de masa madre de San Francisco, con pizzas esponjosas y crujientes, con bollos de canela, con roscón y panecillos de perrito. Creerán que nuestro horno es mágico. Levar será para ellos un concepto familiar (nunca mejor dicho), igual que alcaravea, espelta, rasqueta, stretch and fold, burbujas, tensión. Qué chasco, y qué lujo, cuando descubran en el patio del cole el bocata de su amigo, el extremo hueco y basto de una insulsa pistola a la que la gente llama pan. Los niños no suelen expresar agradecimiento explícito, pero creo que esa tarde, al volver del cole después de haberse comido en el recreo su bocadillo de pan de centeno blanco o su chapata integral o su barrita con semillas de amapola, por ejemplo, Mateo y Luc darán a su padre un abrazo distinto, enharinado y templado, lleno de gracias explícitas.

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