jueves, 23 de diciembre de 2010

El abuelo dice...


El otro día lo pasamos entero en Casabuelos poniendo el árbol de Navidad. Una tradición que hasta ese día me había parecido nada. Qué gusto, los niños enredados en las ramas falsas, mil bolas rojas en cada mano, espumillón entre los dedos, risas, carreras, ojos taaan abiertos... Horas después, el abuelo nos mandó esto al Jiko y a mí, aunque en realidad está dirigido a sus nietines. Es taaaaaan bonito que lo dejo aquí, para que ellos lo recuperen algún día:

Queridos hija y yerno:
Hace varios días que vengo pensando en escribir esto (mas bien hace meses) y quiza ahora que se acaba este puñetero 2010 sea el momento.
Aunque supongo que la abuela comparte lo que voy a escribir (no le he dicho absolutamente nada sobre estas letras) quiero deciros que me siento completamente feliz con las dos perlas de hijos que teneis. Camino de los 4 años de Mateo y los 2 de Luc, ambos son un dulce presente por los que se pasea mi mente a cada instante del día. Les estamos viendo crecer hora a hora y saboreamos sus minutos como si fueran nuestra vida, la de dos abuelos que se comprometen con ellos cada vez que los ven, que aprecian con su llegada sus ganas por compartir con nosotros las siguientes horas, que se marchan tristes cuando nos dejan... Y a nosotros se nos ensancha el vacío de su existencia cuando se van.
¡Ah... Mateo! Le vemos cambiando poco a poco, más chico... mas hombre, con su carácter y su picardía. Ya se las sabe casi todas y abusa de nosotros, nos tiene cogidos con su sonrisa y su mirada, con su personaliad cada día mas latente. Fue el primero y ya se sabe que suelen ser los preferidos, pero vamos descubriendo con el tiempo que la vida nos da cada día mas de lo que esperamos: Luc, dócil, tierno, caramelo puro y de pata negra. A él si que le estamos descubriendo a cada instante, porque nos tiene cautivados con su sonrisa cada vez mas amplia; se juega con él a sentir envidia de su mundo maravilloso, pleno de miradas que cautivan, de ráfagas cariñosas y en definitiva, de amor que estalla en cada carrera atolondrada de sus aún pequeñas piernas.
Daría y doy mi vida por ellos dos, porque ambos me la han devuelto y estoy en deuda con su amor sin tapujos. Les echo de menos en la imaginación y me veo en mis sueños compartiendo horas de charla cuando sus cabezas sobresalgan de mi estatura, cuando sean mas mayores, cuando nos sentemos en una cafetería a hablar de todo y de nada. No llego a imaginármelos como hombres hechos y derechos, me falta perspectiva para eso, pero lo anhelo sólo para saborear el paso de la vida, ahora que comienzo la cuesta abajo, pero con ganas de mantenerme con ellos en linea recta.
Espero que sean felices, que cumplan los objetivos que se planteen en la vida, que se acuerden (aunque sea algo) de nosotros dos, de esta casa donde tanto y tanto jugaron (y juegan) y fueron (y son) felices, donde durmieron algunos días, donde despidieron y abrazaron nuevos años, donde comieron, bebieron, se cayeron, lloraron y se emocionaron en interminables tardes. Que se acuerden del Retiro, de las barcas y los peces, de los caballos de la policía, de los pavos reales, del árbol que abrazamos cuando llegamos, de los columpios, la arena, el tobogan y... sobre todo, de la mano tendida y apretada por ellos con suavidad para andar interminable metros de alegría.
Todas esas cosas, esas amorosas cosas, ocupan el pensamiento diario de este sesenton con tripa.

1 comentario:

Cristina dijo...

¡Qué tierno! ¡Ay, cómo lloro!