Lo primero que hizo Luc al nacer, antes de romper a llorar con una fuerza inesperada, fue suspirar. Lo hizo sentado, le estaban agarrando sobre mi tripa, con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente inclinada hacia atras. Suspiró de forma sonora, clarísima, dejando salir una 'a' alargada al final, con un punto lastimero, real, intencionado. Como diciendo: "Madre mía, la que me habéis hecho pasar...". Desde entonces nos busca el cuello para meterse dentro, olernos y respirar seguro. Luc es fuerte.
Dice Jiko que el parto de Mateo lo recuerda blanco, y éste de Luc se le ha quedado grabado en rojo y verde. Rojo sangre, verde bata. Mucho de ambas. Además de lo obvio, a Luc y a mí nos unirá el trago que pasamos juntos para venir-traerle a este mundo. Buff, que si no podía colocarse, que si el médico se abalanza encima y me incrusta el codo en las costillas, que si fórceps, que si puntos, que si más puntos... y no sigo porque hay gente que lee esto que se que se marea. Y aún así, el tópico existe por algo: fue verle, tocarle (templado, húmedo, blando, mío) y no hubo dolor sino ganas y esa emoción que no tiene que ver con nada y que sólo el que la haya vivido sabe de qué estoy hablando. Ese nudo en la garganta que se te sube a los ojos y te hace abrir las manos y saber que nunca encontrarás palabras para darle forma e idioma al amor bestia y crudo y sin vuelta atrás que sientes hacia ese ser de tres kilos y cuarenta y nueve centímetros. Me excusaría por la cursilada, pero no.
Luc nació el miércoles 4 de febrero a la una menos tres minutos del mediodía. Mucho antes de lo que nos habían avanzado cuando llegamos al hospital (siete u ocho horas, nos dijeron, y casi doy a luz en la sala de dilatación: apenas una horica) y muchísimo más tarde de lo que esperábamos por fecha: salía de cuentas en 24 horas. Fue todo tan rápido. Jiko estuvo, como hace un año y medio, pegado a mi cabeza y a mis manos, dándome la fuerza que apenas tenía por el esfuerzo exagerado, su voz, la forma de hablarme, se me ha pegado al recuerdo del parto, a esas noches espesas de hospital en las que todo es extraño y lo más real es querernos. Y Mateo estuvo también, vaya si estuvo, todo el rato en mi cabeza, qué estaría haciendo, cómo mirará a Luc... Y lo miró, pero raro, nervioso, apretando demasiado, desconcertado por el llanto que no era suyo, descolocado por ser de pronto el "menos pequeño". Nos pusimos a jugar en la cama del hospital como si fuera una mañana cualquiera. Le gustaron los cachivaches punzantes que me agujereaban la muñeca.
Así fueron las primeras horas, con Luc encima, respirando sobre nosotros, Mateo olisqueando, Jiko y yo autoretratándonos las ojeras en el baño, recolocando, qué gusto, estas coordenadas de un par más dos. Ya somos cuatro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Pero qué bonito, todo, Luc, Mateo, vosotros. Las fotos y lo que escribes.
Y, por si fuera poco, ya estás convertida en una heroína con poderes, ahora ya eres Barbarella.
.............. que no se que decir, que ya lo has dicho tu todo. Lo leo y me a cuerdo, y se me saltan las lagrimillas maternales traicioneras. En la oficina me miran raro, así que corto y cambio.
Requetemuaks
Pepa: Barbarella... Dicho por SuperPepova es todo un honor. Ya me enseñarás truquitos de 'a dos', que por ahora sólo noto la falta de manos, de tiempo, de fuerzas...
Chula: Requetemuacs a tí, guapa. Urge ya, digo yo, una mañana o tarde de parque para juntar a los pekeñuelos: Sol, los dos Mateos, Olivia, Luc... Y las superheroinas, claro, a ver cuál de las tres, SúperPepova, ChulaWoman o servidora, se acuerda mejor de cómo éramos antes de todo esto... ¿qué hacíamos?
Publicar un comentario