Decidimos
hacer un fiestorro. Un guateque. Un jarigüay. Así que: globos,
carteles, menú especial, música a tope, bailongadas a caballo (solo hay
testimonio de eso, con los más exaltados: Luc y yo) y un aguante sideral
de los chicuelos, empeñadísimos en "vivir" sus primeras campanadas. El trato fue: 12 uvas no, 12 lacasitos sí,
puestos en fila, en un mantel en el suelo, para recibir el nuevo año de
picnic. Qué risa les dio eso de besarnos y abrazarnos después de lo del
reloj. Y aún querían más. Más marcha (y más lacasitos).
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