El paraíso existe y no son los columpios. Está en la calle Fuencarral. Consiste en un pasillo blanco reluciente, hace poco de la inauguración, con uno de sus lados repleto de cajitas de cristal rellenas de... gominolas. Cientos, miles, todas diferentes. Mateo no puede ni sonreír de la emoción. Es puro nervio, puro éxtasis. Hay que arrastrale a la salida.
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