sábado, 21 de febrero de 2009

MamáMat

Abuelos


Creo que ellos estarían en esta posición (combinada con Mateo también en el hueco de sus brazos) en modo OpenCor: 24 horas al día, todos los días del año. Yo no se si les dejaría tanto... pero, desde luego, y esto es una sensación reciente, involuntaria, visceral y ciertamente moñoña, sí pasaría con ellos más tiempo del que paso. La realidad en este aspecto se me enmaraña. A ver cómo hago.
Sólo se que me encanta ver la cara de mi hijo mayor jugando con su abuela y persiguiendo a su abuelo por el pasillo, riendo a gritos, soñando, seguro, despertándose, pidiendo agua, señalando con el índice, y que ya imagino la de Luc por los mismos derroteros. Les quiero cerca, a todos.

jueves, 19 de febrero de 2009

Men in White

Los dos se pasan las noches en blanco, como el evento cultural, pero sin la contrapartida... cultural. Las noches en blanco, la ropa también, meninwhite. Luego, durante el día, uno vuelve a pasarlo en blanco, sumando ojeras, mientras el otro duerme con todas las zetas... zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz. Viene al pelo el poeta Valente, con una frase suya que amaño:

Qué tierna insensatez la de quedarse solos.


Mil batallas por delante


Mateo se asoma desde el 4 de febrero a la realidad desconocida que le ha impuesto ese ser que durante meses sólo fue una barriga silenciosa y ahora es... bueno, ahora es Luc. Un bloguero cercano a los panes by Jiko lo describió en una frase corta, precisa, genial:

"Felicidades a los valientes, y al hermano destronado que aún no sabe que llegó su compañero de mil batallas".

Bonito, ¿no?

sábado, 14 de febrero de 2009

Como Luc por su casa

Ando yo extraña y confusa con la realidad desde que Luc llegó a casa. Con eso de tener que bifurcar la atención sin porcentajes, cien por cien al uno, cien por cien al otro. Con esas sensaciones a estrenar, por mucho que sea una experiencia repetida. Ando confusa porque no se aún cómo manejarme sin cuatro manos ni cuatro ojos, queriendo desdoblarme como el personaje de Amanece que no es poco, ser dos, o mejor tres, y así recuperar un poco a mi Jiko (o que él me recupere a mí), que con este reajuste doméstico sólo acertamos a encontrarnos entre toma y toma de Luc, entre daca y daca de Mateo, entre un sueño cósmico y, a veces, entre las ganas de salir corriendo hasta llegar bastante lejos.
Eso sí, luego los miras, Luc con ojos de biberón con espuma, Mateo con ese '¡no!' que acaba de estrenar, y entonces, pese a la confusión, el reajuste y el desdoblamiento, gritamos ¡que viva la confusión, el reajuste y el desdoblamiento! Aunque con unas horitas más de sueño, que... dices tú de ojeras.





Y Mateo, el pobre, con los efectos secundarios y bestiafebriles de las vacunazas de los 18 meses, que le han dejado el muslo como el lomo de un Miura, el ánimo por los suelos, las noches en blanco y un lloriqueo incesante sólo frenable con ración doble de entrega. Ya se va recuperando, parece.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Luc

Lo primero que hizo Luc al nacer, antes de romper a llorar con una fuerza inesperada, fue suspirar. Lo hizo sentado, le estaban agarrando sobre mi tripa, con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente inclinada hacia atras. Suspiró de forma sonora, clarísima, dejando salir una 'a' alargada al final, con un punto lastimero, real, intencionado. Como diciendo: "Madre mía, la que me habéis hecho pasar...". Desde entonces nos busca el cuello para meterse dentro, olernos y respirar seguro. Luc es fuerte.

Dice Jiko que el parto de Mateo lo recuerda blanco, y éste de Luc se le ha quedado grabado en rojo y verde. Rojo sangre, verde bata. Mucho de ambas. Además de lo obvio, a Luc y a mí nos unirá el trago que pasamos juntos para venir-traerle a este mundo. Buff, que si no podía colocarse, que si el médico se abalanza encima y me incrusta el codo en las costillas, que si fórceps, que si puntos, que si más puntos... y no sigo porque hay gente que lee esto que se que se marea. Y aún así, el tópico existe por algo: fue verle, tocarle (templado, húmedo, blando, mío) y no hubo dolor sino ganas y esa emoción que no tiene que ver con nada y que sólo el que la haya vivido sabe de qué estoy hablando. Ese nudo en la garganta que se te sube a los ojos y te hace abrir las manos y saber que nunca encontrarás palabras para darle forma e idioma al amor bestia y crudo y sin vuelta atrás que sientes hacia ese ser de tres kilos y cuarenta y nueve centímetros. Me excusaría por la cursilada, pero no.

Luc nació el miércoles 4 de febrero a la una menos tres minutos del mediodía. Mucho antes de lo que nos habían avanzado cuando llegamos al hospital (siete u ocho horas, nos dijeron, y casi doy a luz en la sala de dilatación: apenas una horica) y muchísimo más tarde de lo que esperábamos por fecha: salía de cuentas en 24 horas. Fue todo tan rápido. Jiko estuvo, como hace un año y medio, pegado a mi cabeza y a mis manos, dándome la fuerza que apenas tenía por el esfuerzo exagerado, su voz, la forma de hablarme, se me ha pegado al recuerdo del parto, a esas noches espesas de hospital en las que todo es extraño y lo más real es querernos. Y Mateo estuvo también, vaya si estuvo, todo el rato en mi cabeza, qué estaría haciendo, cómo mirará a Luc... Y lo miró, pero raro, nervioso, apretando demasiado, desconcertado por el llanto que no era suyo, descolocado por ser de pronto el "menos pequeño". Nos pusimos a jugar en la cama del hospital como si fuera una mañana cualquiera. Le gustaron los cachivaches punzantes que me agujereaban la muñeca.

Así fueron las primeras horas, con Luc encima, respirando sobre nosotros, Mateo olisqueando, Jiko y yo autoretratándonos las ojeras en el baño, recolocando, qué gusto, estas coordenadas de un par más dos. Ya somos cuatro.








domingo, 1 de febrero de 2009

"Minga"


Aparte de "mamá" y "papá", el idioma de Mateo no ha pasado por ahora de un dialecto vietnamita mal sintonizado. "Mihong-taaaa", "suooongpa-ti", "luaga-peeeeh", tol rato, sin parar. Pero ni un triste "agua", ni un mísero "aúpa", ni un simple "mío", ni un arriesgado "patata", o yoquesé... hasta hace dos días, cuando pronunció alto y claro: "minga". Como un mantra. "Minga". Desde entonces, tú le dices algo y él te mira y dice: "Minga". Con todas las letras. En castellano clásico. Una vocalización inmaculada. "Minga". Al ver nuestro careto, se ríe. "Minga", dice. Y se ríe. Yo me quedo pensando. ¿Minga? ¿Es posible que la primera palabra que pronuncia mi hijo sea "minga"? Pues es.

*Y no piensen mal. Las dos primeras acepciones del palabro, del quechua mink'a (que me he 'informao'), son una inocente "Reunión de amigos y vecinos para hacer algún trabajo gratuito en común" y un decente "Trabajo agrícola colectivo y gratuito con fines de utilidad social". Claro que esto es sólo en Perú y en Chile. Aquí, ay, se lleva más la tercera acepción. Minga, vaya.