martes, 4 de marzo de 2008

Sol y morroscos

Qué gusto cuando aún no es primavera y ya es primavera. Así, con sol fresco y calorcito, pasamos el día los cuatro (Javi y Bea, Jiko y yo) con mi ahijada, Ana, su hermano Rodrigo y Mateo. Es decir, nuestros morroscos. Hacía un siglo y unos días que no nos veíamos más que por teléfono (de ese sí, y mucho), pero ya había ganas de tocarnos un poco. Aperitivo inesperado fuera, Ana pimplándose teta doble, Mateo lanzaba sus bracitos a Rodrigo, le chupaba la cara y casi le pedía jugar, y Rodrigo se dejaba y le hablaba y compartía con él las risas y las ganas de andar sobre este muro. Me acuerdo cuando Rodrigo era así de pequeño...

La morrosca, con sólo dos meses y medio, se parte de risa, la tía. Y es blandita y pesa una pluma y se parece tanto a su hermano. La siesta, en ese argentino que nos alimentó la nariz antes que la boca (¿no es el de la parrilla el mejor olor del mundo?), fue de campeonato: Mateo y Ana sobando al airecito mientras nosotros nos pimplábamos gramos y gramos y gramos de carnaza y escuchábamos relatos y puros del último viaje de Javi. Rodrigo sólo pensaba en jugar y se olvidó de su postre... Menos mal que Bea y Jiko andaban cerca de ese helado de dulce de leche...

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