
Así ando. Con la mirada perdida de cansancio y gusto. Y no se por dónde empezar. Llevo taaantos días sin hacerle caso a este blog que no se si pedirle perdón, empezar de cero, hacer ahora mismo diez entradas seguidas o hacerme la loca. Pero es que entre el viajecito a Gijón, un catarro febril que me tiene tontuela y las demandas constantes de Mateo no he sacado hueco ni lucidez ni pulso para sentarme a escribir. Pero aquí estoy. Y como tengo en la cabeza todo todito mezclado por días y colores y sonrisas y nuevas sílabas, ahí va una especie de resumen para ponernos al día. Como siempre, Mateo es la línea argumental. Comenzamos en el coche, dirección: Gijón:

Fuimos a que Beni y Luis, mis suegros, oliesen a Mateo. No le veían desde principios de agosto y claro, hay un mundo entre la mirada velada y los apenas 3 kilos de Jikito de esos primeros días de vida a la mirada clara y fija de ahora, a sus 5 kilos y medio, a sus mofletes-melocotones, a su nueva forma de estar aquí, recién llegado desde hace ya un siglo. Así que decidimos irnos, pero de incógnito, por aquello de sorprender, que siempre mola. Era el primer viaje de Mateo, aventura MaxiCosi, pero como que estábamos más emocionados Jiko y yo. Porque es entrar en el JikoTouran, arrancar, y Jikito se rinde a Morfeo como un bendito. 100 kilómetros. 200. 300. Y ni pio. Ponemos música, Amy Winehouse, y Jiko me mira por el retrovisor y de un vistazo cortado por el marco del espejo me cuenta mil historias de nuestra forma de viajar antes. Antes de Mateo. Antes íbamos cogidos de la mano. Ahora se la doy a Jikito, que ronca como un leñador. Me gusta verles en el coche, pero más aún verles dormir juntos.

Lo de la sorpresa a Beni nos salió redondo. Aparcamos delante de su casa, Javier sacó el móvil y marcó y en ese momento Beni salío del portal, sin vernos. Nos pusimos a caminar detrás de ella, Javier le preguntaba cosas por teléfono, y ella contestaba sin terminar de sentirnos en sus talones. Hasta que nos pusimos a su altura y entonces ella giró la cabeza y tardó un segundo eterno en comprender que éramos nosotros y fue entonces cuando bajó la cabeza enseguida, buscando el carrito y la cara de Mateo. Y allí estaba, mirando hacia arriba con sus ojos azul oscuro, sin saber que sólo con eso estaba haciendo a una personica la más feliz del mundo. Se que suena cursi, pero es que Beni se iluminó entera. Luego llamamos a Luis y fuimos al parque a calmar a Mateo, que decidió inaugurar la visita con un llanto ñoñete, como diciendo éste no es mi parque.

Un día en Gijón, otro en Oviedo (qué bonito, qué bien comimos en Faro Vidio -bocartes, calamares, bollo preñao de morcilla, chorizo a la sidra... Dicomueno-, qué chulo fue celebrar así San Mateo) y el último en el Palacio de Libardón, donde Sandra y su madre nos recibieron con ganas sólo de ver a Mateo. Nos prepararon la misma habitación en la que estuvimos cuando nos casamos y todo nos sonó bonito. Esos días estrenamos para Jikito una bañera hinchable, regalo de mi amiga de siempre y de ahora, Lara, y también ropa de ser humano mayor, porque hasta entonces Mateo sólo había utilizado bodies. Pantalón, camiseta y chaqueta, todo pichi. Le sienta bien el azul marino.

Hablemos de avances y sílabas. Las que ha aprendido Mateo resumen de un modo asombroso su estado de ánimo, dependiendo del momento. Que se lo está pasando teta: entonces el sonidillo es "auuuuuuu", con los ojos sonriendo. Que se está encabronando y no le gusta un pelo lo que le hacemos: entonces el aullido es: "erour" (se pronuncia como error con acento yanqui). Lo mejor: comienza a sonreír a lo loco:

A otra cosa: estrenamos pediatra. Se llama Mario, es mu majo y tiene Parkinson. Así que cuando le coge a Mateo "la pistolita", como él la llama, Jiko y yo temblamos (también) y nos llevamos la mano, inconscientemente, a semejante parte, como si esa estampa fuese a calmar el dolor de Jikito con la operación semanal evita-fimosis. La verdad es que, salvo un leve gritito, apenas protesta. Por lo demás, Mario tiene muy buena pinta y nos ha dado un remedio estupendo para la manía de Jikito de cagar de cuando en vez, en vez de todos los días. El invento se llama Eupeptina y es mágico: Jikito caga que da gusto, y nos evita así tener que ponerle supositorios de glicerina. Por cierto, al preguntarle sobre las ventajas o inconvenientes de estos supositorios este ilustre pediatra, de edad considerable, nos dejó esta frase: "Todo lo que sea hurgar en el ano, malo". Glups.

Más. Mateo acaba de cumplir dos meses. Comienza a ser persona y comienza a tener "sus cosas". Por ejemplo: sabe cuando tiene que llorar de coña pa'tomarnos el pelo. No le salen lágrimas y de reojo nos mira mientras arquea la boquita hacia abajo en un puchero que, de no saber su morrazo, nos rompería el alma. Lo dicho, mucho morro.

También nos amasa. Lo hace cuando está a punto de dormirse. Con los ojitos cerrados abre la manita e intenta agarrarte la carnecilla del cuello o de la espalda o del pecho o el dedo gordo, depende de cómo esté colocado. La sensación es extraña, como un cosquilleo. Es la caricia más alucinante del mundo de las caricias.

PD: Tras una lucha de ríete tú de los 300 de Esparta, Jiko y yo estamos consiguiendo que Mateo duerma 8 horas seguidas, sin bibe de por medio. Hurra. ZZZZZZZzzzzzzzz...
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