Entramos en Oviedo con Luc dormido y Mateo preguntándonos si lo que veía era, por fin, Goviedo. Es Oviedo, cielo. Sí, eso, Goviedo. Pues Goviedo. Sin discusión. A ver a los abuelos Luis y Beni. Nos recibieron suaves, y nos fuimos a un parque con trenes a medida, agua disparada y césped hasta el mar, casi. Comparado con la sartén que era Madrid esos días, el fresquete de Goviedo fue un galivio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario