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Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón. Como un ladrón te acechan detrás de la puerta. Te tienen tan a su merced como hojas muertas que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
*La otra tarde esta canción viejuna se nos coló en un rincón y nos tuvo a su merced, como esas cosas pequeñas.
Camisa nueva y, de pronto, estereotipo: Luc fue taxista arremangao por el pasillo abuelil, con inesperada maña y forzosa querencia a los laterales. Luc es la primera vez que quiero morder a un taxista.
Alquien preguntó.-Mateo, ¿has ido alguna vez al cine?-Sí.-¿Y cómo es?-Negro.
El Jiko y yo, monitores de expedición la única tarde con sol en meses. Uno adelantado, siempre, a cargo de un hijezno. La otra, retrasada por inercia y retoques, a cargo del otro. Pero siempre uno vuelve la cabeza y la otra ya está mirando. Y lo que hay en esa línea que no se ve es lo que me da la vida. Pendientes.
Camino arrastrando el carrito con Luc durmiente, y sigo en diagonal, por delante y al biés a Mato, cada paso. Y de pronto me paro en seco, volviendome hacia él: ¡uuuuhhhh! Y él se troncha atrincherado en el chupete (maldito chupete) y me pide más con esos ojos gigantes que ni riendo se achican. Jiko también se ríe detrás de la cámaramóvil.
Definitivamente, Ikea es un parque de atracciones. Y por primera vez, conseguimos salir de allí sin comprar nada. Eso es porque lo gratis nos llenó de sobra: ver el careto de éstos revolcándose entre los peluches, asaltando camas, rodando entre tiendas de campaña y balanceándose de forma ilegal... no tiene precio.
Sigue con las filas, con sus filas... de todo. La de chupachuses molan, porque las hace salivando. Luego los devuelve con pesar y con cuidado a su "caja del tesoro", llena de caramelos de colores y negativas paternas. Ahí guarda Mato sus deseos, los más sublimes, los más perversos.
Los bajos empapados, las botas encharcadas, Mateo feliz. Qué divertido, qué divertido, gritaba entre gotas volando.
Estaba Jiko haciendo pan una mañana de domingo cuando se acercó Mateo y, juntos, inventaron este caracol de masa.
Una tarde se nos hizo tarde y vimos esto desde el coche y pensamos que estábamos en otro planeta y que no íbamos a encontrar el camino de vuelta a casa en nuestra nave azul como el paisaje.
Luc gruñe con los bracitos en alto porque imita al dinosaurio articulado del cuarto. Como nos hace reír, insiste. Y luego saca la lengua y se gira con la mano en la espalda. Mirando de reojo. Ampliando repertorio.
Ésta es la cara de Mat al pararse el coche. Otra monedita más. Dice.
Luc ha aprendido a subirse a la cama de Mateo y le asalta los sueños porque le echa de menos. Mateo nunca se enfada: abre los ojos, mira a su hermano aún sin ver del todo y dice con la lengua de trapo: "Lukiiiiiii...". Y se ponen los dos a hacer el dinosaurio.
No se si le emociona más a Luc aprender a caminar por la calle o a Mato llevarle de la mano.
O a mí ser arrastrada por los dos (aunque Jikopaparazzo me corte la cabeza).
Hubo un día, hacía frío, en que los dos se durmieron al tiempo y pudimos encontrar en TOMA, un restaurante enano y cercano, un hueco para su sueño en cochecitos y otro para nosotros. Este brunch, obra de Joe, un americano en Madrid, fue un paréntesis lleno de salsa benedict, beicon en su punto, manzana con canela, french toasts...