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Supe que era fuerte desde que nació, con ese parto... Tan pequeño, tan jodido, con la cabecita abullonada de tanto tratar de salir, o de quedarse, vayaustéasaber. Y luego cómo siguió saliendo, apenas cuatro o cinco ataques de llanto en cuatro meses, de día tratando de dormir entre ruidos y chillidos y juguetes estampados en el suelo por Mateo, debía de pensar que la vida es así. E igual es así, todo el rato buscando el silencio.
Ahora empieza a ser él. Por cómo mira, por cómo se amolda a un espacio que es suyo y sin embargo él parece tomar sólo prestado. Ayer, como cada día al final del día, con Mateo ya dormido y Jiko dándole forma a la tipografía de la miga o viceversa, estuvimos jugando en el futón. Tirados los dos, mirándonos a los ojos, agarrándonos con tiempos distintos, yo con suavidad de manos grandes, él con trompicones de manos pequeñas, las mismas intenciones, sin embargo. Pero ayer fue distinto, por cómo me miró, por cómo me tocó, esa risa abierta, los ojos fijos ya, las manos con dirección y búsqueda. Ayer Luc empezó a ser Luc. Y yo, a ser yo para él. Es inmenso lo que me pasa por el pecho al tenerle.
Aún quedaban varias millas para alcanzar el rancho de James Mulligan. Jiko y Mat llevaban galopando desde el amanecer, apenas un MiniBabybel en sus estómagos, sólo un bibe de repuesto. De pronto, un relincho lejano. Hay que buscar cobijo antes de que los indios nos roben los ganchitos. Al paso, al trote, al galope, Mat y Jiko se miran, agarran las riendas con los dientes y se pierden en la línea del horizonte al grito de "mamaaaaaa, la cenaaaaaaa". Luc les preparó el baño caliente, con nenuco dulces sueños.
Como los elefantes de El libro de la selva, al ritmo de un tam tam lejano y peliculero, ha subido hoy Mateo, por primera vez, las escaleras como un adulto, alternando los piecitos (antes los juntaba en cada escalón), contando udo, dó, triesh, cuato... Eso sí, como un adulto llegando a casa a las mil y con sobredosis de jotabé. La euforía y el vaiven podían con él.
PD: Esa manita que me sale del codo izquierdo es Luc.
A Mato le da risa ver el techo convertido en suelo.
Vuela con todo el pelo y la camiseta de bufanda.
Luc bate las alas y se deja besar. Gira la cabeza y alarga el cuello, bésame mucho, aquí también y aquí y aquí y aquí. Obedezco. Y miro de reojo y le veo quieto y callado y sonriente de puro gusto. Y cuando te encuentra los ojos de nuevo entonces grita y grita y juntas las manitas antes de comérselas sin dientes. Y se oye de lejos a Mat: "Luc, mio".
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En este armario están sus platos barbapapás. Y en el hueco que deja la puerta entreabierta se esconde Mato con quietud de bandido en busca y captura. Nos dejamos engañar, claro. Y le llamamos a gritos por toda la casa y hacemos que no vemos esos pies rellenos y que nos vamos a la calle a buscarlo porque no hay otro sitio ya donde podría estar. Y entonces sale de su guarida naranja y se alegra por nosotros, que estábamos preocupadísimos por su paradero y su suerte.
Mato emula al Chuño Negro, superhéroe enmascarado que Jiko se inventó cuando sólo éramos dos. Aquí, a punto de despegar del futón y salir volando al rescate de todos los bebés enfrentados a un plato de acelgas.
Lo que hay justo enfrente de estos cuatro ojos hipnotizados es Mickey Mouse. Cantando algo de que cuando necesitas una herramienta tienes que decir pimienta. Los que tengan hijos diminutos saben de lo que hablo... esa cancioncilla criminal que se te incrusta en la lengua adulta.
La primera foto oficial. Para la reserva de plaza de la guardería. La hicimos en casa. Mateo encima de un mueble, con fondo de pared blanca, Jiko colocando un monigote sobre la cámara para fijar su vista y su cuerpito culebra. Imposible. Elegimos la primera de arriba, serio serio, en pijama.
Mateo enfila la cesta de los juguetes y hace fila de todo. En silencio, uno a uno, en el suelo, en el sillón, en la memoria. Luego nos llama, para enseñarnos el trabajo. Y mientras observamos, él se agarra las manitas en la espalda, como un jubilado contemplando las obras de Sol. Y dice mio mio.
Comenzó con los animales, todos mirando al sur, el cuallo (caballo), la iafa (jirafa), avaca (la vaca), losho (el oso), el buro (burro), el ipopo (hipopótamo)... así los cien que ha ido recogiendo de la selva; luego, los totes (coches), sin importarle potencia o especie: deportivos, utilitarios (emart: smart), remolcadores, fórmulas, un avión. Ahora anda con los platos, los vasos y hasta las miguitas del desayuno. ![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgctSVySQV5E6wYixXJRoeJa_VMo0aRm_UZ2zjG38FbJHYwrLcCkJsbTIfg3mS2C8LAQvPUGJjm2_Xj73c_upMJKDphRJ1xJS4mEv7shKgBnjS2A4U7bEzuYBBCJFJPc1eSueMp41j_8xQ/s400/FilaCoches.jpg)
No es posible "hablar" tanto con apenas cuatro meses. No es posible gritar así, reír así, gorgoritear así, carcajearse de ese modo. Y sí, resulta que es posible: ocurre a eso de las siete menos cuarto de la mañana. Volúmen máximo. Y pompas.