martes, 24 de junio de 2008

No perdonamos

Sirva esta prueba devastadora en la que Mateo aparece en su primer quiebro de travestismo para que TODAS las amigas de las abuelas del mundo se abstengan de regalar ropa a niños nacidos después de la guerra (de Irak). Lo siento: NO estamos agradecidos por este regalo. NO valoramos el nido de abeja. NO entendemos el valor del batista o lo que cojones marque el talle de esta cosa. Y no, NO PERDONAMOS. Mateo, en tu nombre y en el de todos los niños inocentes que aún sufren lazos, fruncidos, peleles y demás algarabías pastelonas de los que vuelcan en el cochecito de su bebé (y en el bebé mismo) sus más tensas y sedosas perversiones estilísticas, gritamos: ¡¡¡BASTAAAAAA!!!!

Y como prueba de nuestro compromiso, tras la toma de esta foto, esta prenda indescriptible fue jironizada y lanzada a una alcantarilla de Ortegaygasé.

Partes del todo


Las manos: dícese de aquellas herramientas que, a pesar de poseer cinco gadgets, su dueño gusta de utilizar sólo dos, a modo de pinza, y, muy especialmente, uno de ellos, denominado índice, que se dirige hacia cualquier objeto inanimado e intenta posar en tó lo que se mueve. En "modo descanso", como muestra la imagen, la pinza de una mano agarra el índice de la otra.


El pie: plataforma oronda y rellena de leche condensada (o leche merengada, en verano) que sirve para empujar en el gateo y para impulsar en el pseudoandar. Son bastante comestibles, sobre todo cuando aún no ha aparecido el denominado tobillo, y en algunos especímenes, como el de la foto, suele disponer de un índice a modo de periscopio: asomando por la superficie, a ver que hay por ahí.

Los dientes: los dos primeros, curiosamente parecidos a dos granos de arroz, son los que más llaman la atención a los que rodean a quien los posee y los que más dolor puñetero suelen causar al susodicho propietario. Namásalir son capaces de incrustarse con devoción en las manos y mejillas maternas y paternas. Los que aún no han sufrido "la incrustación" se asoman a ellos con emoción y sonrisas.


La razón


Notengoperdóndedios. El récord de ¡22 días! sin actualizar el blog me llena estas teclas de vergüencilla. Pero lo que se ve en esta foto es la razón: mis tardes, mientras Jiko curra y requetecurra, son de Mateo (y mis tardenoches, de Morfeo, que está implacable el muy cabrón: no me deja un párpado subido después de las nueve o las diez. Zas. Como un cesto en pleno telediario, y sin posibilidad de remontada).

En fin, no me estoy justificando, sólo explico, con simples hechos y pruebas claras y mangaentera, que el blog queda apartado en un rinconcillo con esta nueva rutina con Mateo terremoto: corre que se las pela, agarrado casi en volandas a una sola de mis manos; coge tesoros (los más valiosos: hojas medio secas del suelo o piedras diminutas); saluda a la gente, alzando la mirada antes de que le pueda la vergüenza; lo mira, coge, toca, chupa, lame, estruja, muerde todo... y cuando digo todo, es TODO. No existe el cansancio.


lunes, 2 de junio de 2008

Tortillas en las nubes

Unos segundos después de hacer esta foto, Mateo se piñó de lado. Como una peonza, quiso girar los dos pies al tiempo, se le hicieron un ocho las piernucas y ¡zaca!, al suelo como un rey vencido. El daño físico fue mínimo, pero... como diría Guille: "¡No me duelen miz piez, me duele mi odgullooooo!".

En el parque de al lado el suelo está más duro aún, pero el aire, más a mano. Mateo pilló el columpio de la izquierda: en el de la derecha estaba Ferrán impoluto, con el traje blanco de judo, cinturón amarillo. Cuando su madre le empujaba fuerte, él cerraba los ojos y, con el viento en la cara, gritaba: "Las nubes me hacen una tortilla francesa". Mateo se partía, supongo que sin entender ni papa... aunque cuando nos íbamos le pillé mirando hacia el cielo, como con hambre.