domingo, 31 de agosto de 2008
Picnic de película(s)
A punto estábamos de salir de casa cuando Jiko cambió el paseo previsto con un "Jika, vámonos de picnic". Se encargó de hacer rebanadas la mitad de su último pan (recién hecho: masa madre blanca de trigo de Cuenca, cardamomo negro, pipas y miel, copos de avena en la corteza. Sin duda, el mejor de la última hornada... Alucinante) y de rellenarlas de dos cosicas, a elegir: una, huevo duro machacado con mayonesa y berros; dos, ferrarini con mostaza y havarti. Picnic sibarita, vivedios. Hasta hielo metió en la bolsa, pa'las cocas.
Lo mejor, los bocatas. Lo mejor, Mateo persiguiendo perros y palomas y pájaros con la vista. Lo mejor, la medio siesta de los 3. Lo mejor, ahogarme de risa con los títulos (y los argumentos) made in Jiko. Valgan de ejemplo: Azimut 4.4.0.; Carimón, asesino por encargo; El cuarto hijo es el que da gustirrinín; y Sentimiento y patrulla.
Lo mejor, hacer el payaso.
¡Me voy a Cuenca!
Siempre me gustó el grito de "¡Me voy a Cuenca!" de Coque Malla en Todo es mentira (1994). Era literal, quería irse a Cuenca, pero también significaba escapar, huir, salir pitando de las aceras de Madrid y refugiarse en las esquinas de un río, o de un árbol, conquense o lo que fuese. Fue exactamente lo que hicimos el pasado fin de semana, justo después de que Pepa y Juanjo nos invitasen (se nos quedan cortas las gracias, chicos...) y de que apagásemos el incendio de nuestra inundación en la cocina (también se fue la luz, pero esa es otra historia...). Villalba de la Sierra, Cuenca, nos prestó esas esquinas de río pa'scaparse cien horas y algunas callejuelas para pasear a los 3 morroscos:
Los dos Mateos y Olivia marcaron nuestra rutina y nuestros riñones, pero verles juntos fuera del 2 de mayo fue divertido. Más enano que ellos fue Jiko en esta foto de abajo, en la que se redujo a sí mismo para encajar en la línea del horizonte... Creo que aquí ya nos habíamos metido entre pecho y espalda una "ligera" barbacoa consistente en: butifarras, costillas de cerdo adobadas, pinchos morunos, ensaladas (dos, que una era de diseño) y casi el postre... que finalmente no cupo. Pero la culpa fue del camarero (de noche: el día no era lo suyo), que no supo aconsejar, ejem.
El río, sin duda, fue lo mejor. El tramo del primer día fue alucinante, Jiko se desmelenó bajo una cascada (hay documento gráfico, así que ya se verá...) y Mateo-Oli-Mateo pelearon contra el frío mojado con los piececillos... Y el segundo día fue espectacular, en un tramo lleno de sol, cangrejos y agua transparente... Lástima de fotos, ni una pudo con el extraño margen de luz y de posturas: la que no está oscura esconde las caras de todos... y así. Sirva ésta sólo para mostrar el agua, y la razón del entusiasmo.
También dormimos como cestos. Qué gusto.
miércoles, 20 de agosto de 2008
Todo por un barril
Si fuésemos galácticos frikis hubiéramos flipado con esta lámpara-estrella de-la-muerte. Pero somos más fans de... ¡estas bañerazas!
Este era, jeje, el baño de nuestra habitación en el Hotel Grau Roig, en Andorra, un hábitat reducido de placer: el baño en el barril los tres juntos (bueno, los cuatro, mi barriga empieza a asomar redonduela... En la foto de abajo, Mateo navegando en ella...); la chaise longe de vaca; la cama enooorme con esos cojines gigantes de pelazo de yoquesé suavecito... (mirad todo esto AQUÍ: pinchad en "Habitaciones" y luego en "Junior Suite Romántica", que era la nuestra). En fin, una pasada. Lo vimos en una revista, nos encantó, hicimos la maleta y nos plantamos allí (gracias a la insistencia de Jiko me di un masaje en la cara y la cabeza que me devolvió la fe en la Humanidad).
Pero, la verdad, no fue un viaje exactamente de relax... 1.000 kilómetros en 5 días: sube maleta, saca niño, baja sillita, coge el agua, la papilla, ¿dónde la calentamos?, qué calor, hace frio, canta, vuelve a cantar, mira, Mateo, el caballo, y la vaca, mira el burro, ¿paramos aquí?... tengo hambre, ¿cogiste el babero?... Bufff, pelín cansado, la verdad. Y retrovisor, muuuucho retrovisor...
Sin embargo, compensó. En primer lugar, por los raticos que pasamos con Silvia y Enric (esas cenas...) y el pequeño y comestible Enak, qué gusto cogerle y mirarle... Con ellos, dos días en Vielha, en nuestro hotel hanselygretel pegadito a la tienda y a la casica de los Jiménez-Jiménez. Indescriptible un masaje de pies improvisado una mañana de sol y rafting que Silvi me dio en su salón mientras Enak se comía su manta de juego y Mateo olisqueaba todos los rincones y huecos y precipicios domésticos...
... y también una de sus recomendaciones: el desayunazo de nuestro hotel, ya quisieran muchos hotelazos de estrellas múltiples ofrecer semejante despliegue. Nos contaron Enric y Silvi que la encargada se pasa la tarde anterior y parte de la noche preparando los platos (nos dijo que tenía unos cien distintos, cada día seleccionaba algunos): podías encontrar desde unos crepes rellenos de ensalada suave de pollo hasta unas flores de pasta filo rellenas de arroz, cebolla caramelizada, pasa, setas y huevo; o una patata crujiente con huevo de codorniz y una lágrima de foie; panecillos con tomate e ibérico; tortilla de ajetes tiernos y tabla de quesos; saquitos de verduras templadas...; y, por supuesto, el apartado dulce: bizcochos, cruasanes, crepes de chocolate, galletas de mantequilla, madalenas, puré de melón con reducción de frambuesa, tartas y pasteles... Tendríais que haber visto la cara (y la boca) de Jiko. Yo, a esas horas, apenas podía probar un par de cosas... Y siempre me acordaba de lo que no había probado a eso del mediodía.
...La guinda (por seguir con las delicatessen) fue el spa al que nos INVITÓ Silvia (ayayay... gracias, primi), un sitio flipante que viene a ser su lugar de trabajo (ay, esas horitas, que bien vienen, eh?). Pues eso, una tarde allí, en la piscina con Mateo y luego, turnándonos con él Jiko y yo para recibir sendos masajes salvajes y turbulentos que nos dejaron el cuerpo re-no-vao... bueno, y un pelín dolorido...
Lo he contado al revés, la verdad. Primero fue Vielha, luego Andorra (por cierto: la montaña impresionante y bonita; la ciudad, un espanto de tiendas y aceras estrechas y gente sepultada en bolsas y compras tontas. Un agobio); y de vuelta, Lleida. Justo antes de llegar a la ciudad, paramos en un pueblín a pocos kilómetros, Artesa de Segre, donde tuvimos la potra (bueno, tuvo mucho que ver la intuición de Jiko) de dar a parar al horno de Rosa, una pastelería-horno de pan-cafetería donde el escaparate te hacía salivar (cocas de todo: butifarra y sardinas -en la foto-, queso, bacon y cebolla, escalivada, miel y matò, azúcar, etc... y bollos y pasteles de todo tipo... ¡y el mejor donut de chocolate que he probado en tooooda mi vida!). Lo probamos (casi todo, el resto nos lo llevamos) en unas mesitas que tenía al fondo, donde Mateo inspeccionó el fondo de las sillas y de su estómago. Jiko no puedo resistirlo y le pidió a Rosa que le enseñase su horno, donde hacía el pan y las cocas. Parecía Mateo con su juguete preferido.
Tuvimos suerte con el hotel (nos tocó la habitación 314, la "habitación Pi", el mismo número de la que tuvimos en el hospital, cuando nació Mateo). Como estábamos derrengaos (para variar) nos preparamos una cenita en la habitación (cocas y pan de Rosa, quesos de la zona) y montamos una pequeña fiestuca con Mateo, que a eso de las 10 se despertó y dijo "aquí estoy y esto es Jauja". A la mañana siguiente se lo pasó bomba con las fuentes, las llama Aquapark.
Y le pareció alucinante que se pueda beber agua boca abajo y sin succionar...
De Lleida nos fuimos a Zaragoza, parada obligada antes de Madrid para dar un besuco a Lucía, Diego y Laura, no les veíamos desde hacía siglos. Nos prepararon cenita animada, pero Jiko entró en fase agotamiento y la cama llegó casi antes del bostezo. Ni la Expo nos llamaba la atención ya. Sólo queríamos hacer cortos los kilómetros que nos separaban de nuestra casica... Y así nos fuimos, mis Jikos paso a paso, yo, uno o dos detrás...
Concurso de baba en Lozoya
Comprobado: cuando Mateo está con sus abuelos, Miguel y Rosa en este caso, nosotros desaparecemos. Como en un truco de Copperfield. Plas. Fuera de campo. Bueno, miento: de vez en cuando nos mira de reojo, certifica nuestro careto de ignorados y se parte, cruel e inocente a la vez.
Estas fotos son de una escapada de 3 días a una casa rural, El encanto del valle de Lozoya. Tres días de abuelitis a saco en los que aún no tenemos muy claro si la baba que inundaba la escena era del más pequeño o de los más mayores... El abuelo explicaba, el nieto imitaba...
La abuela hacía el tour feliz, el nieto seguía las huellas y tiraba de la mano hacia el agua siempre, hacia una hormiga (pinza entonces con el pulgar y el índice), hacia una hoja seca, hacia todo porque todo es un tesoro para él, tesoro breve, claro, apenas unos segundos entre los dedos...
...y muestra genio porque se siente en posesión de. Y rodeado y respaldado... ¿demasiado? Mmmhhh...
A veces, entre un desayuno de panes delicatessen (ver AQUÍ) 'made in my husband' (por cierto, traslado aquí una aclaración de Jiko al ver este enlace: "oye, Jika, di que este blog de panes está en inglés porque participo en foros internacionales al más alto nivel, que nadie piense que voy de puturrú de fuá"), mezcladicos con mantequilla o aceite de Sóller y jamón Ferrarini en lonchas casi transparentes, ay-que-se-me-hace-la-boca-agua, Mateo se ponía guerrero y bruto. Y en un ensayo sobre el intento de parecer enfadado, el abuelo le ponía límites... ¡ja, ja, ja! El límite se desdibujada al primer cabeceo tontuelo de Mateo...
Y, bueno, a pesar de desaparecer, o quizás por eso, a veces Mateo volvía a nosotros como diciendo '¡anda, pero si estábais aquí!'... Y entonces sonaba música de fondo y caían florecillas del cielo y todo era meloso y nos abrazábamos y... ¡hpuagh, qué-asco-mestoy-dando! Por cierto: ¡ni un comentario sobre mi gorro conehead o cago en tó!
A lo que iba: en esta piscinica de la casa rural, que nos convirtió en protas de una especie de remake de Cocoon, nos volcamos los 3 en estos pequeños reencuentros:
Y qué más... ¡ah, sí! Descubrimos que "si el señor de la carne falta" no se debería pedir nunca entrecot, a no ser que uno sea fan de las suelas de katiuska o de que una señora le hinque el diente pa'comprobar si está tierno; que si uno es el dueño del supermercado y también del bar del pueblo, y además los tiene en el mismo local, el lujo de poder comprar ketchup en horario de cantina es algo a valorar; que Mateo es capaz de defecar sobre cualquier superficie y cuando digo 'cualquier' puede incluir el regazo de la abuela; que la canasta en una noche fresquita es una pasada de relax, sobre todo cuando se derrota al adversario (jeje... ups, me callo, que os debemos aún un brunch); que el vecino puede estar tres días proclamando su rendición blanca sin que haya ninguna guerra; y que hay tendederos que no están preparados para las bragas de cuello vuelto. Entre otras cosas.
*Terminando de escribir esta entrada, Mateo se encarama a mi regazo buscando un hueco frente a la pantalla y, no exagero, se vuelve literalmente loco de contento al ver a sus abuelos en la pantalla. Lo dicho, no se quien babea más...
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