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Fiestorro de fin de curso con cumples veraniegos y despedida de Emma. Se ven todos los días, pero como si no. Qué emoción, auqé abrazos, qué forma de quererse tan pronto.
Una promesa de cascada ("cascarata", según Mara) nos levanta de la cama cada vez que nos sugieren excursión con los del cole. Demasiado frio, vencido a fuerza de caldo y de mil capas.
Nos topamos con el Ejército, en demostración dominguera para profanos. Dijeron sí a las maniobras... patrias. Ugh.
En un pasillo anodino de una tienda anodina improvisaron Simon & Gartfunkel una nueva versión de Puente sobre aguas turbulentas. Nos pilló la corriente.
Esta emoción no es ppor el disfraz, sino por la promesa de chocolate con churros en el patio del cole. Chulapitos carpantas.
Cascos para un mundo sonoro interior. Se le olvida que nosotros tenemos el volumen a ras y entonces nos suelta un grito que él piensa que es un susurro.
Cuando aguantan en casa da gusto. Son como una madriguera, con soniditos crujientes, murmullos, risas de incógnito. Y pijamas a juego.
En el coche suceden fenómenos extraños. Como que en el mismo instante los ocupantes cedan al sueño o como que una cara se convierta en un extraterrestre.
Futonear es léxico familiar. Ratos tontos en el mínimo espacio, que se va perdiendo a medida que los jamones van ganando centímetros a contrarreloj.
Hay veces que van al cole como dos enamorados. Si un chino pasa con rosas, pilla fijo.
Buscar una planta que huela a pizza, un árbol que huela a limón, flores que crujan, semillas que llenen un folio. Algunas mañanas de domingo probamos en el Botánico nuestra mano con lo verde. Antes de irnos siempre siempre siempre hay que pasar la aduana de las plantas carnívoras. Vaya a ser.
